Salvó el Athletic con cierta holgura el obstáculo de Mestalla, donde supo rentabilizar la paupérrima actuación del Valencia a base de actitud y orden. No preciso desplegar grandes argumentos, salvo firmeza en la contención, para ir paulatinamente minando la moral de un oponente despedido con pañuelos por una grada encendida ante la alucinante impotencia mostrada por el grupo que dirige, por decir algo, Gennaro Gattuso. Los hombres de Valverde supieron hurgar en la indigencia futbolística del anfitrión para anotar tres goles, una auténtica hazaña en los tiempos que corren. Quizá dicho logro sintetiza la desigualdad de fuerzas, pero podría añadirse el dato de que el Valencia no protagonizó ni un remate comprometido para Agirrezabala, de hecho su gol fue obra de De Marcos en propia puerta.

El acceso a las semifinales de Copa asomaba como una obligación en plena racha de resultados negativos en liga. Sabía el Athletic de la trascendencia del envite y nada hay que reprochar a su disposición, así como a la constancia que exhibió en el esfuerzo. Se mantuvo compacto y con ello bastó para poner en evidencia el caos en que habita el club levantino. Mejoró sus prestaciones en la reanudación, sin hacer nada del otro jueves, casi por mera inercia una vez tomada la delantera, para conducir el pulso a un desenlace sin sobresaltos. Bastante menos gratificante fue cuanto sucedió antes del descanso, pero en este período acertó a orientar la suerte a su favor, merced a dos goles, tras sendas dejadas en el área de Iñaki Williams para Muniain y su hermano.

100

El Valencia - Athletic en imágenes Borja Guerrero

Ese premio doble no fue el fruto de la creatividad o la profundidad de sus evoluciones, en absoluto. Si el Valencia fracaso con estrépito en su afán por cargar con la iniciativa, el Athletic se limitó a no perder el sitio y a exprimir las facilidades que recibía. El panorama llegó a ser desolador, un monumento a la imprecisión y las malas decisiones. Por ambas partes, pero al menos los rojiblancos funcionaron como un equipo, mientras enfrente persistieron en el error continuo con un tesón desconcertante.

Valverde sorprendió con la inclusión de Herrera y Muniain en la zona ancha, por delante de Vesga, una fórmula que influyó en la génesis del 0-1, premio que la verdad ni se intuía ante la total ausencia de elaboración. No pasó nada antes, es que no hizo ni falta gracias al empeño que invirtió el Valencia en complicarse la existencia, objetivo que alcanzó con creces.

Que el fútbol es imprevisible es cosa asumida hace tiempo, pero por sí hubiese dudas de que puede convertirse en una caja de sorpresas, ahí queda el ejemplo de anoche. Pensar, imaginar siquiera, que al término de una primera mitad tan ramplona el marcador pudiera registrar tres goles, no entraba en cabeza alguna. Más que nada porque aunque siempre cabe que un error o un accidente propicie una acción que termine con el balón en la red, eso era a lo máximo que cabía aspirar después de asistir al desempeño de los contendientes. Sin embargo, cuando la resignación se imponía sobre cualquier otro sentimiento, a la vista de la llamativa incapacidad de los protagonistas para construir algo similar a una jugada y el descanso asomaba como oasis en mitad del desierto, se produjo el milagro.

En cuestión de diez minutos el resultado experimentó hasta tres sacudidas, por fortuna dos de ellas favorables al Athletic. Previamente, nadie se había aproximado a zona de remate, no ya con un mínimo de criterio si no físicamente; nadie había aportado algo que pudiese considerarse como el reflejo de una intención orientada a remover el empate inicial. Valencia, sobre todo, y Athletic, depararon un espectáculo infumable, donde hallar tres pases consecutivos con sentido fue imposible. El desbarajuste alcanzó cotas inimaginables si se considera que había dos conjuntos de la máxima categoría peleando además por una plaza en las semifinales de Copa.

Si el arranque resultó deslavazado, el discurrir de los minutos, una vez asentados los futbolistas sobre el césped, no trajo mejoría alguna. Por señalar un aspecto destacable, habría que mencionar la presión ejercida por los rojiblancos. Solo por proyectarse hacia adelante para robar e intimidar, lograron que las miserias del rival aflorasen en toda su crudeza. Ver al portero y centrales locales sacar la pelota de su área era sencillamente desolador. Y a partir de esta cuestión, el resto de las maniobras de los chicos de Gattuso derivó en un monumento a la descoordinación y la pifia. Cavani ya no es quien fue, pero si depende de sus compañeros para lucir más le vale olvidarse y colgar las botas.

Así que al Athletic le bastó con aplicarse sin balón para evitar problemas en terreno propio y para, de la nada, sacar dos remates que acabaron por desnudar al cuadro local. En el desbarajuste, Diakhaby, sí él, intercaló un avance de extremo puro y su servicio en paralelo lo impulsó De Marcos a portería, agobiado por la presencia de dos posibles rematadores.

El efecto de la charla de Gatusso en la caseta duró siete minutos contados. De nuevo se puso a la tarea el Athletic, firme en las disputas y con los Williams amenazando hacer un roto. Muniain tuvo la sentencia en una volea que se fue alta y el VAR le otorgó a Vesga el privilegio de liquidar la ronda desde los once metros. Cenk había derribado a Nico Williams. Aún quedaba margen para esperar un coletazo desesperado del Valencia, pero ni eso. Yeray y compañía siguieron a lo suyo, serios, dejando claro que hoy por hoy el Valencia no es enemigo para un Athletic en versión sobria y contundente. Cómo entender si no que sin sumar juego consiguiese materializar tres goles.