“Por lo civil o por lo criminal” era una muletilla que Luis Aragonés utilizaba con frecuencia para aludir a la imperiosa obligación de ganar o de realizar algo concreto en un partido. Carece de sentido cuestionar a alguien reconocido por su sapiencia futbolística y al que, además, le asistía la razón. En la competición no existe una única vía para alcanzar el éxito, ni siquiera aquella por la que se distingue a un equipo garantiza un final feliz. En ocasiones se han de buscar vías alternativas para salir de un bache o imponerse al rival de turno. El Athletic del pasado domingo no necesitó modificar su personalidad para derrotar al Villarreal, simplemente supo desplegar una versión extrema de sí mismo: nervio por arrobas y un índice de acierto bastante deficiente. Con esto se merendó al oponente y devolvió la alegría a la afición.

El valor de esta victoria estriba en que el contexto del encuentro le colocaba al Athletic en una situación muy incómoda, actuaba acuciado por la necesidad. Después de cuatro jornadas malamente rentabilizadas, dos puntos de doce, y un rendimiento que había suscitado dudas y la consiguiente ración de críticas, razonablemente justificadas sin profundizar en el desbarajuste del Camp Nou, le urgía dar un golpe de timón. Cambiar la dinámica, dejar atrás lo reciente y recuperar la autoestima era el ansiado objetivo, por supuesto sin obviar la trascendencia que entrañaba sumar tres puntos, pues en definitiva de ellos vive todo el mundo, al margen de cuáles sean las metas.

En definitiva, había que imponerse al Villarreal por lo civil o por lo criminal, de lo contrario el equipo corría el riesgo de que se extendiese una desazonadora sensación de debilidad, de falta de empaque para cumplir con las expectativas que el propio equipo había creado. No, no era un encuentro sin más, basta con imaginar qué tipo de análisis estarían circulando a estas horas en el supuesto de que los puntos hubiesen volado, un temor que por cierto planeó sobre San Mamés a lo largo de media hora larga.

PUNTO DE INFLEXIÓN

Por todo ello, es de ley resaltar que lo que hicieron los jugadores merece nota alta. No fue únicamente establecer un punto de inflexión con el retorno a la senda del triunfo, si no que tuvieron que reinventarse, por decirlo de algún modo, sobre la marcha en un duelo que se les estaba yendo de las manos. No fue la típica tarde en que salen como un tiro al campo, se abalanzan sobre el contrario, intimidan y toman las riendas del juego. En absoluto. Casi fue lo opuesto: según se puso el balón en movimiento se percibió que el Villarreal gobernaba la contienda a su antojo y el Athletic estaba desajustado, impotente para replicar, abocado a correr y correr a fin de eludir males mayores.

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El Athletic - Villarreal, en imágenes Juan Lazkano y Oskar M. Bernal

Pese a que se da por supuesta la existencia de un plan confeccionado para combatir o desactivar al adversario, el ideado por Valverde no cuajó. Hubo que esperar media hora para empezar a ver un equilibrio de fuerzas que se fue deshaciendo a cada minuto que pasaba en favor de los intereses del Athletic. Luego dijo el técnico que se retocaron algunos aspectos. Aunque evitó ser explícito, vino a señalar que se ciñeron mejor los emparejamientos por la franja central y la presión por las bandas se hizo más arriba. En suma, que todo el bloque ganó metros y Parejo, especialmente él, ya no pudo distribuir sentado en su silla como hizo desde el pitido inicial. El trabajo sin balón se efectuó de una manera más coordinada y la agresividad de los jugadores hizo el resto, dando como fruto robos y posibilidades de ataque.

Una tónica que presidió el resto del partido para desfigurar al Villarreal y conceder al Athletic incontables oportunidades de machacar. A la radical transformación del panorama, sin duda, contribuyó un Quique Setién empecinado en pedir a los suyos que intentasen salir tocando desde su área, cuando era obvio que la viveza y empeño del anfitrión les estaba desbordando. Pero el principal argumento que explica el desenlace lo escribió el Athletic porque supo reaccionar. Lógicamente se benefició de las ayudas exteriores, pero estas se dieron gracias a la actitud y despliegue propios.

No quedó la impresión de que el Athletic ganase por lo criminal, sí que a partir de que dio rienda suelta a su naturaleza o personalidad, el encuentro tuvo un único dueño al que, la verdad, poco hay que reprocharle si se omite que no es de recibo afear el alarde de ambición con que deleitó al personal con un mínimo de seis llegadas estupendas para hacer gol que mandó al limbo.