Tiene el Athletic un gran tesoro, el alma, el factor del que este domingo se valió para ganar tres puntos de enorme valor. Sufrió en la primera media hora ante la envolvente propuesta del Villarreal, pero luego pudo invertir el signo del encuentro y dar rienda suelta a su agresividad, fue generoso y constante, en exceso para un enemigo al que redujo a la nada. Esa fase inicial y el marcador final ofrecen una perspectiva muy mentirosa de lo que fue el global del duelo, pues en realidad la cosa debió terminar en goleada atendiendo al sinfín de oportunidades de que gozaron los rojiblancos. Jugó el Athletic con dos velocidades más que los hombres de Setién y consecuencia de ello fue el vendaval generado en torno al área de Rulli, un balance que no deja resquicio a la duda. Ganó el mejor, pero resulta frustrante que fuera por la mínima, cuestión que desde luego se ha de poner en su debe. En estos niveles no es que esté prohibido perdonar tanto, pero siempre supone un riesgo por mucho que en esta ocasión ni siquiera se intuyese.

Una pena la ausencia de precisión y temple en los metros finales, el empuje que dio a pie a no menos de una docena de situaciones propicias para marcar reclamaba un desenlace más gratificante. Más ajustado a los méritos, que recompensase el tremendo esfuerzo invertido para transformar la escenografía adversa del inicio y convertir la contienda en un monólogo desarrollado en su integridad en campo visitante. Valió el gol de Iñaki Williams, pero el Athletic tuvo todo a su favor para lograr una victoria por aplastamiento.

Como la falta de puntería hace tiempo que se convirtió en un compañero de andanzas del Athletic, por lo que no cuesta asumirla aunque sea con resignación, se han de ponderar las virtudes con que intenta subsanar tanto desperdicio. Si el punto de mira falla, no queda más remedio que insistir y en eso los chicos de Valverde son ejemplares. El acoso padecido por el Villarreal constituye un exponente ideal en este sentido, máxime si como este domingo las riendas del juego no le pertenecen y sufre para ajustar la presión y discutir la batalla táctica.

Comentar que Simón solo intervino en dos acciones de cierto compromiso, relativo además, ambas en el segundo acto. Una anécdota si se considera que desde que Nico Williams metió un centro despejado apuradamente por encima del larguero por Mandi, lo que sucedió en el 37, todo fue un percutir atosigante del Athletic. Ni siquiera el descanso alteró el pulso acelerado de un conjunto cuya laboriosidad y decisión para defender hacia adelante, muy arriba, se tradujo en una sensación de agobio para el Villarreal que no cesó hasta que el árbitro pitó la conclusión.

La calidad de los ataques fue paulatinamente subiendo y por añadidura su nitidez. Muchos de los remates o centros malintencionados registrados, nacieron de los robos. Asistir a las pérdidas de un central internacional como Pau Torres, no menos de tres graves por el lugar donde se produjeron, no deja de ser una muestra fehaciente de la batalla que desencadenó el anfitrión. Es obvio que para impedir que el Villarreal se sienta seguro en sus posesiones, hay que establecer un ritmo de locos. Y qué decir si esa dinámica se mantiene, si no se levanta el pie del acelerador y todo el rato los que visten de amarillo se encuentran con auténticas encerronas, con tipos que van a muerte a la disputa, sin un ápice de relajo. Convencidos de que no existía otro camino para conquistar el triunfo. Eso fue el Athletic, un grupo combativo hasta extremos insospechados, una cuadrilla de pesados que no se cansaron de acosar y salir disparados en busca de la portería.

Como se ha descrito, más de media hora tardó el Athletic en sentirse a gusto. Entró mejor un Villarreal que gozó del control gracias a su mejor relación con la pelota, aunque lo cierto es que fue una puesta en escena un tanto engañosa por cuanto que prácticamente ni asomó por el área de Simón. Bajo la batuta de Parejo, al que nadie encimaba y repartía a su antojo, y con la colaboración estelar de Lo Celso y ambos laterales para ganar metros e invalidar la presión local, durante demasiado rato no acertaron los rojiblancos a orientar el duelo a su voluntad. Fueron minutos de apretar los dientes para los de Valverde, cuyas posesiones eran demasiado efímeras, por lo que tuvieron que emplearse a fondo para no favorecer desequilibrios, una amenaza latente por la verticalidad de los tres puntas que puso Setién.

Una vez el partido fue adquiriendo un tono más subido, frenético por momentos, el Villarreal dejó de funcionar. Emperrado en salir tocando desde atrás se metió en un callejón sin salida y los sustos para Rulli fueron cayendo casi a razón de uno cada dos o tres minutos. Nada más arrancar la segunda parte, Raúl García halló por fin el remate que desató la avalancha. El portero evitó el tanto con fortuna, pero dicho lance sonó como toque de corneta. El premio se hizo esperar un rato aún y quedó el regusto amargo de que posteriormente ni Raúl García ni Vencedor acertaron a dirigir remates muy francos. Para entonces Sancet había revivido y el Athletic machacaba al oponente con un empeño digno de encomio.

El indomable espíritu del Athletic desbordó la académica propuesta de un Villarreal incapaz de adaptarse a una lucha donde, por encima de cualquier aspecto, prevaleció el entusiasmo personificado en dos centrales expeditivos y un Vesga atento a todo, en el desgaste de los Williams y de un Berenguer implicado, en el empuje de Lekue, el oficio de Raúl García y la calidad de Sancet. Como estaría el panorama para que Setién retirase a Parejo, aburrido el hombre de no oler el cuero.