DETRÁS de cada gol hay un error. Es una afirmación manida, muy aceptada cuando no siempre responde a la realidad. Por algo se apela a la misma en el caso de que el equipo propio conceda al rival la posibilidad de marcar, pero apenas se menciona cuando el gol se produce en la portería contraria. Entonces, se resalta el mérito que entraña marcar, sin aludir a la existencia de un fallo ajeno que habría facilitado la consecución del premio. En definitiva, se tiende a realizar el análisis o la valoración del gol en función del color de las gafas con las que se mira el fútbol.

Resulta incuestionable que muy a menudo en la génesis del gol se combina el acierto de quien lo persigue con una duda, una mala decisión o cálculo, una descoordinación en las filas de quien pretende evitarlo. Tampoco esta ley se cumple siempre, pero suelen coincidir ambos aspectos. Conviene asimismo otorgarle un margen al azar, que interviene con frecuencia en un partido, en toda clase de situaciones del juego y zonas del campo, dejándose sentir especialmente por su impacto en las áreas o sus proximidades.

A día de hoy, el Athletic presenta un balance defensivo encomiable si únicamente se considera el dato de los goles en contra: cuatro nada más, pocos tras seis jornadas celebradas. El registro le sitúa entre los mejores de la categoría: le superan Barcelona (1) y Villarreal (2) y le empareja al Betis. Hace un año a estas alturas eran tres los balones que el portero rojiblanco había recogido de su red, seis hace dos años y tres hace tres años. El repaso corrobora la fortaleza del equipo en la contención como una de sus señas de identidad más acusadas.

Si se descendiese al detalle de lo ocurrido en cursos previos saldrían algunos goles que pudieron evitarse. Centrando la revisión en lo más reciente, la grata impresión que causa esa nimia cifra de cuatro goles queda desvirtuada. La razón: tres de ellos al menos estuvieron precedidos de sendas pifias. Fueron auténticos accidentes y muy aparatosos, un contrapunto potente al rendimiento del conjunto, con mención obligada a los defensas, en su labor de proteger a Unai Simón.

Lo bien que ha funcionado la estructura sin el balón se demuestra por las pocas intervenciones comprometidas del portero. Simón ha sido un espectador más de las actuaciones del Athletic en un altísimo porcentaje de minutos, los rivales apenas le han inquietado y, menos aún, exigido. Le han batido cuatro veces y en todas estuvo vendido, a merced del delantero de turno. Cosa que ha sido posible debido a despistes graves de los compañeros.

El primer gol recibido tuvo lugar en la cuarta jornada. Mallorca, Valencia y Cádiz se quedaron en blanco y solo el conjunto dirigido por Gennaro Gattuso puso en apuros a los chicos de Ernesto Valverde. Fueron lances aislados y en uno de ellos la madera se alió con el Athletic. La racha de imbatibilidad se rompió frente al Espanyol y en una fase crítica del duelo, a siete minutos de la conclusión. Vivian y Yeray no se entendieron en una pugna con Braithwaite, que enfilaba el área en solitario, sin apoyos. Vivian perseguía al delantero, todavía no estaba desbordado cuando Yeray acudió al cruce en vez de esperar un instante la resolución de la disputa. El choque de los centrales dejó al danés solo ante el portero con la pelota franca para rematar. Así se escribió el epitafio de la única derrota sufrida, que no reflejó ni por asomo el desarrollo del encuentro.

Sin repercusión en el luminoso

Una semana más tarde el gol del Elche tuvo un carácter anecdótico. Disponía el Athletic de una ventaja de cuatro goles y a Vivian le dio por liarse la manta en un intento de regate siendo el último hombre. Boyé le robó el balón, avanzó y sirvió en el área para que Ponce culminase a placer. Un exceso de confianza fue como se describió la ocurrencia de Vivian y es que los tres puntos tenían dueño desde muchos minutos antes.

La tercera anchoa, ante el Rayo Vallecano, corrió a cargo de ñigo Martínez, quien permitió que el joven Camello le arrebatase en carrera un balón que parecía de su propiedad. Nadie hubiese imaginado el desenlace de aquella jugada viendo a Iñigo llegar en ventaja para haber resuelto fácilmente, pero se durmió; Camello le apretó las clavijas, se llevó la pelota con limpieza para servir a Trejo y que este marcase sin mayor oposición. De nuevo, con Simón a merced de los delanteros.

Hasta aquí el capítulo de goles regalados. En el cuarto, también ante el Rayo Vallecano, pudo mediar un despiste de Iñigo, que no previó que Falcao se le adelantaría, pero se antoja justo ponderar la habilidad del colombiano para dibujar un remate fuera de serie.