Ver al Athletic emular al Athletic, con un perfil tan reconocible, no fue plato de gusto. El equipo sale malparado de lo ocurrido en Elche, que fue como mirarse en el espejo y ver proyectada la imagen de los meses previos al verano. Hasta cierto punto es natural que no haya cambios sustanciales, pues se trata del mismo entrenador y, mayoritariamente, actúan los mismos jugadores, pero esperar una evolución en el comportamiento también entraba dentro de lo razonable. Y había dos motivos de peso para confiar en ello: la imperiosa necesidad de desmarcarse de la línea anterior y haber dispuesto de cinco semanas para poner los medios.A Marcelino le tocó ejercer el papel de apagafuegos y lo bordó, salvo por el hecho de que todo el mundo presenció el partido. Cuanto de positivo dijo haber observado en su equipo es fácilmente divisible. En esta operación más que matemática consistente en posar los pies en el suelo, el divisor variaría entre dos y tres según cuál sea el aspecto a valorar. Aunque la disminución de los méritos incida en la faceta defensiva y en la ofensiva, afectaría singularmente a las prestaciones con balón, en especial su utilización traspasada la línea divisoria en dirección a la portería rival. El balance en la otra portería, la propia, no daría para sacar pecho si se estima que el Elche generó más y mejores oportunidades y tres de ellas fueron las últimas del encuentro.

En fútbol es casi imposible separar el juicio del marcador. El resultado final condiciona más de lo deseable la percepción del juego, pero con el sinsorgo empate a cero en el campo de Elche -como el año anterior condenado a vivir en permanente huida de la quema- tampoco se hace imprescindible fijarse en los goles que no hubo para concluir que el Athletic actuó como si el tiempo se hubiese detenido y nada de lo que ha pasado desde que visitó el Martínez Valero el 22 de mayo hubiese tenido lugar.

En apariencia, ese día le fue peor, perdió, si bien las circunstancias -la inercia de un mes y medio para olvidar y la inexistencia de objetivos- atenuaron el disgusto. Le fue peor por la derrota, pero si se profundiza en lo del lunes, en todo lo que no se vio -por mucho que Marcelino reparta flores entre su tropa- y sin embargo se esperaba que tomase cuerpo, cabe hasta dudar de si no es más preocupante el estreno del nuevo curso que aquel trámite que sirvió para bajar la persiana y mandar a la plantilla de vacaciones.

¿Por qué? Porque las intenciones apuntadas en la pretemporada apenas resistieron en pie una cuarta parte del partido, la inicial. El resto del tiempo fue una reproducción de los defectos y carencias detectadas, algunas muy viejas, tanto que cansan, irritan, y que presumiblemente el entrenador se ha afanado en rectificar. Será que no ha pulsado las teclas adecuadas y que, en el momento en que encara el clima bélico de la competición pura y dura, el equipo se atasca porque le faltan resortes para asimilar la complejidad que entraña superar a un enemigo menor y dispuesto a lo que sea preciso para que esa inferioridad no se note. Esto es la liga: como mínimo una docena de bloques muy armados y prácticos a los que el Athletic debe ganar, a no ser que se trate del Athletic del año pasado. Y de este, con ligeros retoques en su fisonomía que en poco o nada afectan a demarcaciones que reclaman una revisión.

Desde el club se ha subrayado el proceso de regeneración como clave en la trayectoria de estos años. Como si el paulatino ingreso en la plantilla de jugadores formados en Lezama hubiera frenado en alguna medida las opciones del equipo. En realidad, se ha asistido a un proceso muy distinto. La explicación para ese déficit de competitividad o para la innegable vulgarización del fútbol practicado sería justo la opuesta: ni los chavales han tenido crédito para asentarse y demostrar su auténtica valía, ni los veteranos han dado la talla que con tanta alegría se les ha adjudicado. Al hablar de jóvenes y veteranos no se puede meter a todos en el mismo saco, pero se antoja evidente que los primeros aún no han gozado de la confianza precisa para demostrar que no desmerecen de los segundos.