Veinte meses después de su debut en el primer equipo, Oihan Sancet se ha convertido en uno de los depositarios de la ilusión que se había desvanecido en el entorno del Athletic. Por fin ha sido posible comprobar que puede ser un jugador valioso en el corto plazo, que las alabanzas que le precedían desde su ingreso en Lezama en categoría cadete estaban fundamentadas. Recién cumplidos los 21 años, el centrocampista goza de una presencia que nunca antes tuvo y se diría que está por la labor de que este repunte trascienda la categoría de anécdota y sea el comienzo de su asentamiento en la élite. Cinco jornadas consecutivas con una media de 68 minutos sobre el terreno le han servido para dejar una muestra fehaciente de lo que puede llegar a ser y a nadie ha dejado indiferente, la verdad.

Le hacía falta pasar de nivel, era ya mucho tiempo sin salir del cascarón, ejerciendo de suplente, incapaz por diferentes razones de huir de la intrascendencia, con minutitos sueltos que no le alcanzaban para diluir el escepticismo que suele acompañar a los futbolistas con talento. Esta palabra mágica, reservada a una minoría muy selecta, se asociaba a Sancet por algo, pero el calendario avanzaba y no había noticias del chico dotado para marcar diferencias. Todavía necesita rodaje para que lo que ahora está apuntando se sustancie en un rendimiento sostenido; por motivos obvios continúa inmerso en una etapa de adaptación y deberá apretar a fin de merecer que el entrenador le otorgue responsabilidades.

Al menos, Marcelino ya toma nota de su perfil, de las condiciones que atesora, de un esbozo de las mismas. Competir en Primera requiere apoyo del entrenador, pero sobre todo disposición del interesado, ganas de crecer. A menudo, los jugadores con recursos que les sitúan por encima de la media en términos de calidad o clase, tienen dificultades, les cuesta más convencer de que son una apuesta segura que hay que cuidar, pulir y reforzar. Quizá la grave lesión que sufrió en septiembre de 2018, en su estreno en el Bilbao Athletic haya mediatizado en exceso su desarrollo. Estuvo seis meses y medio inactivo por una rotura de ligamento cruzado anterior y menisco interno en la rodilla izquierda. Acababa de realizar la pretemporada a las órdenes de Eduardo Berizzo, quien decidió que se foguease en el filial, pero solo pudo participar en diez encuentros en la recta final del curso.

El verano siguiente se puso a las órdenes de Gaizka Garitano, que le premió con el debut arriba en la jornada inaugural de la campaña 2019-20. Fue el día en que Aduriz marcó su famoso gol al Barcelona. Suplió a De Marcos a falta de media hora escasa. "Tiene unas cualidades espectaculares", comentaba el veterano este pasado domingo en una entrevista para describir a Sancet. Cualidades que no ha habido manera de contrastar. Tras su bautismo en San Mamés, Sancet bajó al filial para adquirir forma y a lo largo del curso alternó con el primer equipo, si bien de manera esporádica hasta que la pandemia interrumpió el fútbol. Solo fue titular en la visita a Osasuna, el club del que fue fichado, en las dos jornadas siguientes y el 2 de marzo en la goleada (1-4) en el campo del Valladolid.

invisible

Al reanudarse la liga en junio, Sancet intervino en la mayoría de las citas, acaso favorecido por la regla de los cinco cambios. Al Athletic no le fue bien y a él tampoco, pero fue un período en que estuvo integrado en la dinámica de la competición y se pudo interpretar como la antesala de una nueva etapa en su trayectoria. Sin embargo, en el arranque de la vigente temporada, Garitano se limitó a darle ratitos de los que nada se sacó en limpio. Hablar de retroceso tenía sentido y con el aterrizaje de Marcelino, la tendencia fue a peor: ya no contaba ni para las segundas partes. Un par de días flojos en la Copa (Ibiza y Alcoyano) le terminaron de borrar del mapa. De 6 enero al 7 de abril, Sancet fue como un fantasma, imposible de ver. El ostracismo de tres meses concluyó repentinamente a caballo de la segunda final de Copa. Sancet, como Morcillo o Villalibre, se ha reciclado y es una de las piezas ofensivas en la pizarra de Marcelino.

Mediatizado por su ridículo bagaje previo, estuvo discreto ante Alavés y Betis, apuntó detalles y poco más, pero frente al Atlético se soltó el pelo y dio un recital. No estuvo nada mal contra el Valladolid y en el Pizjuán puso la guinda del triunfo con una contra perfecta. Sancet ha sabido exprimir esta oportunidad y ha ido elevando su propio listón. En ello ha influido, aparte de la continuidad, que poco a poco se ha desprendido de las ataduras que implica desempeñar la función de segundo delantero en el 4-4-2 que propone el entrenador.

Por su perfil, Sancet nunca será un punta. Gana a medida que retrasa su posición en el campo y se relaciona a través del balón. Ni siquiera es un enlace del estilo de Raúl García, especialista en jugar de espaldas, lo suyo es descolgarse, recibir, distribuir y jugar de frente. Es brillante en la conducción, posee una zancada poderosa y emplea ambas piernas, controles y giros son su especialidad y sabe culminar, pero en la élite el gol está muy caro como ha comprobado en su pellejo. En suma, reúne virtudes que le podrían encumbrar, aunque todavía debe mejorar en el plano físico, coger fuerza, kilos que contradigan el apodo de El Flaco Un objetivo asequible este último. Más importante será que encuentre o le sea asignada la demarcación que más le conviene y, por supuesto, que reciba la confianza precisa. Porque el talento no abunda.