ODO el mundo es un gran futbolista, maravilloso, especialmente por las noches, en los sueños de alcoba, porque de día, en los campos, la gran mayoría son patas de palo, como dijo Eduardo Galeano. Solo unos pocos agraciados por el don del virtuosismo son capaces de proyectar sobre el terreno de juego lo que hubieran imaginado abrazados a la almohada. Leo Messi (24-VI-1987, Rosario) es una excepción. Es un ilusionista. Una fábrica de realidades. Es el artista que primero idea y luego produce. Es capaz de inventar lo que nadie imagina. Por eso "la mayoría de entrenadores no sabemos cómo parar a Messi", como dijo Marcelino García Toral cuando estaba al cargo del Valencia, justo el día antes de medirse al Barcelona en la final de Copa de 2019. Pero lo bueno para los técnicos es que el fútbol es un deporte de equipo: aunque un jugador puede resultar fundamental, no tiene por qué ser decisivo. Así sucedió entonces, cuando el asturiano alzó su primer título copero.

Ante esta nueva oportunidad de conquistar el trofeo de la Copa, Marcelino, esta vez al frente del Athletic, volvió a citar al jugador argentino. "Lo que más determinante puede resultar y, por consiguiente, lo que más puede influir en el resultado es que sus jugadores ofensivos no alcancen su mejor nivel, en especial Messi". Sin fórmula para encarcelar al rosarino, todo entrenador se encomienda al espíritu de equipo. La solidaridad y el esfuerzo se antojan vitales para frustrar a Messi, el Messi que además podía estar ante su última final con la elástica del Barcelona, la que se ha ceñido en 772 ocasiones y con la que ha celebrado 663 goles, sueños para cualquier futbolista. O dicho al estilo de Dani García, el secreto, ya arcano, puede ser presentarse con "once que van a morir en el campo".

El Athletic murió, invirtiendo las energías ofensivas en facetas defensivas. Sacrificó esfuerzos de ataque en pos de los defensivos. Sin reservas en el depósito. Pero la voluntad de protegerse y el ofrecimiento de coberturas no fueron suficientes para ensombrecer el talento. Y mucho menos para construir posibilidades de éxito.

Messi, que transmite apatía, que deambula por el césped como si fuera ajeno al juego, apareció desde la invisibilidad que le caracteriza para diseñar ocasiones para el Barcelona. Trajinó por la zona de los tres cuartos, indetectable a la espalda de los centrocampistas, generando dudas en la zaga bilbaina, que no sabía si salir a cubrirle o mantener la línea defensiva. Su movilidad le permitió recibir un pase en profundidad de Busquets para cedérselo a De Jong, quien estrelló el balón en el poste. La victoria comenzaba a cocinarse.

Messi movió al equipo, ensanchando el campo trazando diagonales hacia Jordi Alba, disparó y dio ventaja a Griezmann o Dest con pases al espacio. Futbolista total. El peligro nacía en sus botas. Arte con balón. Con el Barça monopolizando la posesión (13%-87% en el primer cuarto de hora; 18%-82% tras la primera media hora), Messi dirigió los incesantes ataques culés. El Athletic fue incapaz de protegerse con balón. "Suponer que vamos a tener una posesión similar a la del Barça es apartarse de la realidad", dijo Marcelino antes del duelo. Pero no tener alguna posesión larga -la obsesión por los balones directos fue excesiva, improductiva e irritante- fue una condena, un sometimiento a defender de forma permanente, sin respiros, sin coartada. Una asfixia.

Los marcajes se alternaron, pero Messi siguió en contacto con la pelota, buscando fisurar. Su libertad de movimiento, unida a la de De Jong, causó infinidad de problemas a la estructura del Athletic, a sus centrocampistas, desbordados en inferioridad numérica, a pesar de que el cuadro bilbaino cedió las bandas para proteger el interior y evitar los espacios. La tropa de Marcelino se encomendó a una ardua tarea difícil de sostener en el tiempo. No hay tejido impermeable que dure la eternidad.

Unai Simón, hercúleo, contuvo la avalancha. Hasta que sucedió lo previsible cuando un equipo se enroca en su área durante prácticamente 90 minutos. La trinchera comenzó a hacer aguas. Cómo no, fue Messi quien lanzó el pase de ruptura para el desmarque de De Jong, y este asistió a Griezmann, que remató a bocajarro para adelantar al Barça. De Jong, también a quemarropa, sumó el segundo. Los goles llegaron en cascada.

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hora de golear

Hasta entonces, Messi ejerció de director de orquesta, dotando de inteligencia al esférico. Con la brecha abierta, se desmelenó con dos goles. Definió como si fueran pases al compañero. Golpeos de billar. El rosarino presenta seis dianas en cuatro finales contra el Athletic, al que le ha marcado 29 tantos en 41 partidos. Ya es, junto a Piqué y Busquets, el jugador con más títulos de Copa (7), igualando a Piru Gainza y José María Belauste. El rosarino campó a sus anchas. Transformó sueños en realidad. Plasmó sobre un terreno de juego lo que cualquiera podría soñar pero solo unos pocos pueden materializar. Suyo fue el trofeo de mejor jugador de la final. Marcelino seguirá tratando de descifrar lo que para muchos es indescifrable.

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Leo Messi es el jugador que más goles ha marcado al Athletic. El argentino ha enviado el balón a la red en 29 ocasiones contra el conjunto bilbaino, al que se ha enfrentado en 41 ocasiones, con un balance de 28 victorias, 9 empates y únicamente 4 derrotas.

Messi, elegido mejor jugador del partido, fue indetectable y autor de dos goles; ha anotado seis tantos en cuatro finales contra el Athletic

El argentino, al igual que Piqué y Busquets, iguala a Gainza y Belauste como jugador con más títulos de Copa, con un total de siete