El Athletic hace extraños compañeros de viaje. “Yo empecé a trabajar aquí hace cuarenta años. Ahí mismo, en los astilleros Euskalduna”, dice un hombre de pelo plateado mientras señala con el dedo índice de la mano derecha hacia el Muelle Ramón de la Sota. “¡Caramba! Mi marido estuvo en La Naval todo ese tiempo”, responde una señora abrochándose el cuello de un anorak oscuro. Hace fresco. La brisa marina, esa que sale de la garganta de la ría a la altura del Itsasmuseum Bilbao, es un estilete en la primera semana de marzo. Más aún cuando el cuerpo está en pausa. Por la carretera, entretanto, algunos corredores y otros runners -se diferencian bien porque a los segundos les gusta vestir con colores chillones de marcas bien visibles, miran el reloj cada tres pasos y pisan como entre algodones, como si anduvieran a cámara lenta, para que se les distinga mejor entre el resto de mortales- combaten las puñaladas del clima con actividad y doblan el cuello para contemplar qué es aquello que surca el cielo. No es un pájaro. No es un avión. Tampoco es Superman. Es la gabarra voladora. Envidia de Ícaro.

Poco después acude el marido de la mujer. “Hola, soy fulanito, trabajé en tal puesto”, explica. La excusa es el curro; la realidad es que ambos están esperando que la barcaza de los sueños se eleve y flote, como en una abducción extraterrestre, para perpetuar la leyenda, para encontrar de nuevo un escenario en el que creer, porque la fe es la que mueve las montañas. O eso dicen. Quizás es la mentira del sueño americano, ese que cuenta que los botones pueden llegar a directores del Bellagio, pero no habla sobre los juguetes rotos, porque director solo hay uno y botones, a millares.

Los trabajadores de los astilleros se miran a los ojos. No se conocen. Al fondo, una grúa impenitente, anclada en el Muelle Ramón de la Sota por el arduo trabajo de los responsables de Ibarrondo, que comenzaron a montar el tinglado sobre las 8.00 horas, se erige colorada atándose al firmamento con un alambre invisible.

La gabarra del Athletic se somete a las pruebas de flotabilidad

La gabarra del Athletic se somete a las pruebas de flotabilidad

El plan estaba claro: para probar la flotabilidad, prevista para las 14.16 horas. Las instrucciones: elevarla por la panza desde el dique seco y depositarla sobre el agua para definir su estado. El pasado 3 de julio el Athletic y el Itsasmuseum firmaron un convenio para que se llevaran a cabo las obras de remoce de la gabarra Athletic con el objetivo de asegurar su uso durante los próximos 20 años. Cabe recordar que la embarcación no besa el agua desde 2013. Los trabajos se iniciaron en julio y en septiembre se retrasó la prueba técnica final, la de la flotabilidad, hasta marzo. El objetivo: “Racionalizar costes”. Con todo, desde la institución rojiblanca se califica la prueba de “un trámite administrativo”. Además, desde el Gobierno vasco se descarta el uso de la embarcación en caso de haber celebraciones. Los aficionados se resignan: “Si no se puede, no se puede”.

Decenas de personas se arremolinan en las barandillas que miran al dique bilbaino. Dos patrullas de policías municipales se asoman a la multitud. “Por favor, si se baja la mascarilla para fumar, aléjese”, dice uno. Otro: “Mantengan la distancia”.

Entretanto, los operarios colocan cabos en estribor. Son las 13.15 horas. La grúa se enlaza con unos cables naranjas. “Fíjese, la van a colgar como a un elefante por la tripa, igual igual”, sostiene un veterano. Una voz rasga el ambiente -cargado de corrillos lividos por la temperatura- y explica en alto: “Esto es histórico. Vais a ver volar la gabarra”. Lo hace a las 13.30.

La embarcación gira en el aire y se dirige al muelle. Los jubilados de La Naval y Euskalduna se pierden entre la marea de caminantes que quieren contemplar la hora de la verdad. Al final, la gabarra flota también sobre el agua. ¡Flota! Pero solo es una prueba. El Athletic hace extraños compañeros de cama: por culpa de una barcaza se enamoran el firmamento y la ría en un trío inesperado. Los dos besan el casco y lamen sus barandillas azules con el áspero velo del mes de marzo. Abril aún queda lejos. Las dos finales de Copa esperan. La gabarra aguarda su momento, aunque el coronavirus lo impida, húmeda de salitre y caliente por el sol. Sueña. Flota. Vuela.