Todavía es prematuro extraer conclusiones de una etapa que dura mes y medio, pero si algo concita cierta unanimidad y aparece además como el factor diferencial de este período respecto al anterior, sería la predisposición del equipo para transmitir un talante claramente ofensivo. La principal aportación de Marcelino García estriba en que ha convencido a sus jugadores de que la fórmula para aspirar al resultado es la firme apuesta por el fútbol de ataque. Un rasgo que se asocia a la ambición y que encaja con la naturaleza de la plantilla, con la vocación de la mayoría de sus integrantes. Este escenario no implica el descuido de la faceta defensiva, tarea para la que el Athletic ya disponía de fundamentos sólidos gracias al trabajo de AthleticGaizka Garitano. Marcelino no es un kamikaze sino que, como la mayoría en su gremio, desea sobre todas las cosas alcanzar un equilibrio en el balance defensa-ataque o, si se prefiere, entre el juego sin y con balón. Sin embargo, estima que merece la pena dar un paso adelante en el sentido de transmitir a los rivales que el Athletic salta al campo con el objetivo de marcar goles.

De momento, no ve mayores limitaciones para llevar a la práctica esta clase de propuesta; al revés, cree que es perfectamente viable lograr registros rematadores que justifiquen su idea. No cabe duda de que el vestuario ha asimilado enseguida el mensaje y se esmera en agujerear porterías. Ahí están las cifras por encuentro disputado, que doblan las computadas hasta las navidades, así como las correspondientes a otras campañas. Cierto es también que el frenesí goleador ha decaído un tanto: en cinco de las seis últimas actuaciones el equipo se ha tenido que conformar con firmar un único golito. La excepción tuvo lugar en el Carranza, donde elevó el registro a cuatro, que no es el marcador más abultado porque el Getafe se llevó cinco para casa.

Pero por encima de las estadísticas o el índice de acierto, se ha de ponderar el afán por desplegar argumentos que conduzcan a generar peligro. Es lo que en realidad se agradece, como en su día se celebró que el Athletic adquiriese una solidez que convirtió su área en coto vedado para la mayoría de las delanteras. Entonces, hace de esto dos años, se trataba de esquivar la inercia que propició el relevo de Eduardo Berizzo. Con él, aparte de que ofensivamente el asunto no acabó de funcionar, daba la sensación de que cualquier rival hallaba resquicios para dejar en evidencia la fragilidad de la estructura. De la noche a la mañana, Garitano resolvió el problema. Aleccionó al grupo hasta transformarlo en un muro profundizando en aspectos elementales y, al mismo tiempo, tremendamente útiles. Fueron muchos los encuentros donde el contrario se quedó con las ganas y el Athletic cogió la suficiente confianza para despegar en la clasificación, superando la previsión más optimista.

La rentabilidad derivada de la eficacia en labores de contención, que en un principio se recibió como una bendición, acabó condicionando el estilo y la imagen del equipo. Conseguir goles y poner los medios para ello, otorgando más libertad al futbolista, dando mayor relevancia a los más dotados para elaborar y agilizar transiciones o para gobernar los partidos a través del balón, nunca fue prioritario. Este se tradujo en que el equipo dejó de crecer, a menudo competía con dignidad, aunque ni seducía ni convencía. Ni siquiera la conquista de una plaza en una final de Copa compensaba ver al Athletic mediatizado por un espíritu conservador, reservón y especulador en ocasiones.

Se empezó a cuestionar a Garitano, cuya figura la afición asociaba a tristeza. El técnico insistió en que no disponía del material humano adecuado para hacer goles con asiduidad. El declive de Aduriz se empleó como la disculpa por excelencia, pero no faltaron las alusiones a la irregular relación con el gol de Williams o Muniain, sin olvidar a los centrocampistas, totalmente ajenos al remate, o a la incomprensible inoperancia en la acciones de estrategia. El intento de repescar a Llorente ya fue el colmo de los colmos.

Bueno, pues con el mismo personal, al que se ha agregado Berenguer, inspirado como nunca antes, resulta que el Athletic acredita llegada al área e incluso puntería. Si la nómina se mantiene casi inalterable, el origen de este feliz descubrimiento a la fuerza ha de descansar en la actitud. En definitiva, el equipo ha recuperado la alegría y detrás de esa transformación anímica, más que táctica, está la mano de Marcelino. El asturiano no solo se ha beneficiado de la herencia recibida de Garitano, sino que ha incidido en la vertiente del juego que pedía a gritos una revisión y la plantilla, como en el anterior relevo en el banquillo, ha seguido a pies juntillas las directrices del actual responsable. Añadir que ganando todo es más fácil, si encima vale un título, qué decir. Pero ya habrá tiempo para profundizar en el análisis de esta transición. Aún es pronto.