BILBAO. A medida que el campeonato avanzaba esa primera valoración seguramente se vería reforzada gracias a las tres victorias consecutivas a costa del campeón y de los dos vecinos. Fue un espaldarazo en toda regla a la trayectoria como anfitrión del equipo bajo la dirección de Gaizka Garitano, ajeno a la derrota durante más de diez meses.

El balance casero mantiene su signo positivo pese a que la felicidad se viera interrumpida en el duelo con el Valencia, saldado con un inapelable 0-1. Que las rachas tienen fecha de caducidad es bien sabido y la del Athletic en su campo era extraordinaria, así que tampoco era cuestión de cargar las tintas por un marcador adverso. Peor fue el hecho de que malgastase la oportunidad de buscar compensación en la siguiente cita, celebrada en Balaídos. Ese tropiezo aún dolió más por la imagen reservona que transmitieron los rojiblancos frente a un Celta agobiado, pero una vez consumado el problema radica en que la suma de ambos reveses afecta de lleno a la trascendencia del encuentro con el Valladolid. Si antes, sobre el papel al menos, cabía considerarlo como un trámite, ahora se ha convertido en una prueba de fuego para el Athletic.

Los puntos que se ponen en juego este domingo adquieren una relevancia acaso impensable después del buen arranque liguero y teniendo en cuenta además que todavía estamos a mediados de octubre. De repente, la posibilidad de un nuevo tropiezo planea cual desagradable amenaza sobre lo que se antojaba una coyuntura deportiva estable. Jugarse los cuartos con el modesto Valladolid cobra la dimensión de una realidad incómoda e incide directamente en el ánimo tanto de los profesionales, que han contraído una mayor responsabilidad, como del entorno, cuya respuesta es una incógnita que por si acaso más valdría no tener que despejar en el atardecer dominical de San Mamés.

REGULARIDAD

Este Athletic ha brindado múltiples muestras de su capacidad de reacción, lo prueba que nunca desde el pasado diciembre había encadenado dos reveses. Semejante regularidad fue clave en la remontada que protagonizó partiendo de la cola del pelotón. A fecha de hoy, objetivamente el reflejo en la clasificación de sumar cero de seis carece de relevancia porque de la cuarta posición ha bajado a la séptima. Claro que si no consigue doblegar al Valladolid inevitablemente continuará descendiendo. Es difícil prever hasta dónde pues el fin de semana trae emparejamientos de todas las clases, pero de antemano cabe apuntar que hay nueve equipos, hasta el decimosexto, en condiciones de superarle o empatarle.

No obstante, por encima de la traducción en la tabla del resultado en la hipótesis de que sea desfavorable, quizá el aspecto más peligroso del asunto sería que contribuiría a alimentar la conclusión de que el Athletic se estanca, no supera el bache de juego y de eficacia cuyo origen se situaría más bien en la sexta jornada en Butarque, campo del colista del que arrancó un empate bastante triste.

Sería paradójico que un equipo que supo afrontar con desbordante energía, sin achicarse, la empinada cuesta que le deparó el calendario en agosto, vaya a desinflarse en una fase de la competición sin duda más asequible, pero es lo que está sucediendo. Más allá de que haya un fundamento detrás de los tópicos que advierten sobre la complejidad de sacar adelante cualquier cita o sobre el hecho de que es casi imposible eludir a alguno de los aspirantes a Europa durante tres semanas o un mes, es preferible jugar con Leganés, Valencia, Celta y Valladolid, que hacerlo con Barcelona, Getafe, Real Sociedad y Mallorca. Contra estos cuatro enemigos, el Athletic se mantuvo invicto y sumó ocho puntos; contra los otros cuatro, acumula un único punto a la espera que lo que depare el choque con el Valladolid. Por tanto, ya es inviable sostener o siquiera acercarse al ritmo de puntuación que encendió la ilusión del personal. Pero está a tiempo de corregir el rumbo.