La visita al Ourense tuvo un buen final para el Athletic, que se vio abocado a armarse de paciencia y a echar el resto para hacer realidad un triunfo obligatorio. Desde su perspectiva, los tropiezos a estas alturas de la Copa no son admisibles, máxime frente a un enemigo tan modesto como el gallego, pero una cosa es el deseo, el afán por llegar lejos en su torneo favorito y otra obrar en consecuencia. Son ya muchos años sin sorpresas desagradables, el equipo se ha especializado en esta clase de eliminatorias, pero en esta ocasión tuvo que gestionar una de las más peliagudas que se recuerdan. El cuadro local aguantó el tipo con enorme dignidad, demostró que sus éxitos recientes frente a equipos de élite no fueron fruto de la casualidad. Su mayor limitación se manifestó en ataque, pues apenas sacó nada en limpio de sus escasas llegadas al área, pero tampoco enfrente estuvieron muy acertados a la hora de culminar. Aunque tuvo oportunidades suficientes para imponer su ley, el Athletic no abrió el marcador hasta mediada la prórroga. Un detalle de por sí muy ilustrativo de lo que realmente ocurrió en O Couto.

El remate liberador corrió a cargo de Jauregizar, que voleó con el interior una cesión de cabeza de Paredes a falta botada por Berenguer. Tras la celebración, el árbitro dio por finalizada la primera mitad de la prórroga. Así, a balón parado tuvo que llegar el tanto que plasmase la diferencia de categoría entre los contendientes y asimismo el reparto de méritos. No cabe cuestionar que el Athletic fue justo ganador, el problema radicó en que por enésima vez la puntería no le acompañó. Y si no marcas, el rival no solo continúa vivo, también puede creer en la posibilidad de dar la campanada. Y en este caso precisamente, como para no pensar en añadir al balance una tercera víctima de la élite, tras haber dado buena cuenta de Oviedo y Girona.

Al Athletic le costó un buen rato amoldarse a lo que exigía el partido. Nada que pudiese extrañar pese a que ya estaba avisado sobre cuál era el estado del césped. Encima, cayó agua como si no hubiese un mañana. No era fácil para nadie hacer su trabajo y mientras esas dificultades se dejaban sentir con nitidez en las filas rojiblancas, el Ourense demostraba hallarse habituado. Lógicamente es más capaz de desenvolverse sobre una superficie hoy en día inimaginable en una cita oficial de Primera o Segunda, pero sí en la categoría en que milita la entidad gallega.

Salvo en una ocasión en que Vivian tuvo que despejar en posición forzada y con un rival a su espalda dispuesto para rematar en boca de gol, no hubo situaciones de peligro en el área de Padilla, pero sí una sensación de incomodidad que el Athletic pareció superar con casi media hora consumida. En el campo, parcheado parcialmente con varios tepes recién colocados, la mayoría de los metros cuadrados estaba inundada por el agua y un barro más denso según avanzaba el cronómetro. En torno a la media hora se asistió a los primeros escarceos del Athletic con balón, por fin pudo profundizar tras quitarle la posesión a un Ourense que decidió tomarse un respiro y se replegó ante el despertar visitante.

Izeta se reveló como la pieza más incisiva, la mayoría de los avances fueron por el costado izquierdo que le adjudicó el entrenador; Iñaki Williams, por la derecha, estuvo muy desafortunado en sus pocas apariciones. En su debut en la titularidad, el punta guipuzcoano fue de los más entonados, pero careció del acompañamiento adecuado. Guruzeta dispuso de la mejor ocasión del primer acto, pero el meta local no tuvo que realizar una sola parada.

En la reanudación, el Athletic continuó cargando con la iniciativa y por momentos acarició el gol que tanto ansiaba. Sin embargo, el recién ingresado Yuste fue quien primero exigió a Padilla, con un tiro lejano y peligroso porque botó cerca de la portería. Ante el cariz que iba tomando el juego, con un Ourense crecidito, Valverde tiró de banquillo: Jauregizar, Berenguer y Nico Williams a escena. La maniobra cuajó pronto, pues Guruzeta dispuso de un remate que bien pudo subir al marcador. A centro templado de Gorosabel, el ariete cabeceó al larguero; un rato después fue Nico Williams quien probó a Alberto. Pero fueron lances esporádicos porque enfrente hubo arrestos para equilibrar las fuerzas y alimentar la incertidumbre.

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Con el 0-0, todo es posible y más cuando el balón podía hacer cualquier extraño al posarse sobre una superficie tan inestable. La opción de la prórroga planeaba claramente sobre O Couto, así pues la inquietud crecía sin remedio y, encima, durante un rato, el balón estuvo más próximo a Padilla que a Alberto. El Athletic no emitía síntomas de sentirse seguro, como si dudase o temiese que la desgracia hiciese acto de presencia sin margen ya para reaccionar. Los instantes previos al tiempo extra resultaron particularmente emocionantes, seguro que no fueron del gusto de Valverde, que optó por refrescar ambos laterales y después dio entrada a Unai Gómez a fin de preservar una intensidad que a veces parecía decaer porque el Ourense no cejaba en su empeño e incordiaba lo suyo.

De hecho, entró mejor en la prórroga, el Athletic se ubicó en su terreno para frenar la acometida. Tanto es así que el gol de Jauregizar coincidió con un tramo muy preocupante, puede afirmarse que fue oportunísimo. Además de decisiva a la postre, la ventaja liquidó la resistencia del anfitrión, que ya no volvería a proyectarse en ataque. Para entonces todo el mundo acusaba el tremendo desgaste, el barro se convirtió en un factor muy influyente en una batalla que pudo derivar en un desenlace más abultado en favor del Athletic. Nico, Guruzeta y Berenguer no acertaron a ampliar la ventaja y ese margen mínimo adverso meritó la ingente labor desarrollada por el corajudo Ourense.