bilbao - A Juan Mª Uriarte le duele la crisis de la Iglesia, pero mantiene la esperanza. El drama de la inmigración y la respuesta de Europa le parecen, como al Papa, “una vergüenza”.

Los casos de pederastia en el seno de la Iglesia han supuesto un terremoto, en la sociedad y quizá también en la institución. ¿Ha sabido responder? ¿Se ha encauzado bien?

-Estos actos innobles y vergonzosos han conmocionado a la comunidad cristiana y escandalizado a la comunidad humana. La reacción eclesial está básica e irreversiblemente encauzada y bien encauzada, especialmente por los esfuerzos de Benedicto XVI y Francisco. El reconocimiento público, los encuentros con las víctimas y su reparación, la sanción grave a abusadores de todos los niveles eclesiales, las medidas para evitar en el futuro tales aberraciones están en marcha. Si de verdad se quiere erradicar esta conducta detestable es preciso que también otros estamentos tengan el valor de mirar su propio patio interior. Porque según aproximaciones fiables, el 80% de los abusos se cometen en el ámbito familiar, el 17% en medios educativos y de deporte y ocio y el 3%, en sacerdotes y religiosos. A la Iglesia nos toca seguir el camino emprendido y animar a estos otros estamentos a iniciar el suyo.

Veo encima de la mesa una foto en la que está usted con el Papa Francisco. ¿Cómo es? ¿Se identifica con su magisterio?

-Sí, globlalmente estoy en sintonía con su onda, me parece que es el mayor regalo que hemos recibido los creyentes desde el Concilio Vaticano II.

¿Confía en que el Papa Francisco pueda atenuar o revertir la crisis en la Iglesia?

-No hay en el mundo persona humana que pueda revertir esta crisis formidable que es cultural y religiosa. Por su gran autoridad moral, el Papa Francisco puede quizás atenuar algunos aspectos. Tiene vigor y valentía y muchos seguidores y colaboradores. También tiene sus dificultades internas y externas. El rigorismo de una minoría de eclesiásticos y seglares le ofrece resistencia interna. La resistencia externa es muy activa y poderosa. El Papa toca insistentemente cuatro puntos filipinos que ponen nerviosos y agresivos a determinados poderes de este mundo: las tropelías ecológicas, la venta de armamentos a países en conflicto, los abusos del neocapitalismo y el patético drama de la inmigración. Estos poderes tienen gran fuerza mediática y económica.

Hablemos de la inmigración, que, con miles de muertos en el Mediterráneo, nos está retratando a todos. ¿Cómo sale la Iglesia en esa foto?

-Sale decentemente bien. El Papa ha dado la talla. Innumerables iniciativas cristianas le secundan. Naturalmente, este empeño eclesial tiene un tonelaje mucho más modesto que el que tendría una respuesta humanitaria, sin que dejara de ser sostenible.

¿Y Europa, y los estados?

-Mal, muy mal. Un egocentrismo inhumano cierra sus puertas a los débiles y desesperados que dejan su vida en el Mediterráneo o vagan por él sin vislumbrar un rincón en el que acogerse. “Es una vergüenza”, como dijo Francisco en Lampedusa.

El lehendakari Urkullu ha presentado esta semana en el Vaticano su plan de acogida de inmigrantes. ¿Lo conoce? ¿Cree que es una solución?

-Era conocida su existencia. No conozco su contenido al detalle. Es parte de la solución, merece ser acogido por otras instituciones.

¿Tiene conocimiento o indicios de cómo ha sido acogido en Roma?

-Los ecos que llegan suenan bien. La propuesta del lehendakari conecta con uno de los puntos fuertes de la sensibilidad de Francisco.

¿La acogida de inmigrantes es un deber? ¿Debería ser delito no rescatarlos o impedir su desembarco?

-Dejarlos a su suerte en el mar es moralmente grave. No dejarles atracar es inhumano. Dice muy poco de la tantas veces proclamada vocación europea de acogida.