hubo un momento en la Euskadi bajo la larga noche del franquismo, en la que nuestra tierra supuso para muchos refugiados una esperanza de libertad

Estamos en septiembre de 1941. El avance de las tropas alemanas por toda Europa y la rápida caída en manos nazis de un inmenso territorio, desde Hendaia a San Petersburgo, parecía inaugurar una época de sólido dominio del fascismo sobre el continente. Incluso en la España que se mantenía oficialmente neutral, la derrota de las fuerzas de la Segunda República en la guerra había dejado su control en manos de un estrecho aliado de Hitler y Mussolini. Miles de personas perseguidas de la Europa central y occidental buscaban desesperadamente el modo de escapar a tierras menos hostiles, y muchos de ellos ponían en los Pirineos su primer objetivo. Desde un país neutral podían, eventualmente, tomar el camino a otros países de acogida más atractivos. En esa fecha llegaba a Bilbao una de esas personas. Su nombre, Peter Sachsel, un judío checoslovaco que deseaba, por todos los medios posibles, obtener un pasaje para marchar a América.

Hemos sabido de Peter Sachsel a través de Jozef Tanzer, vicerrector de la Universidad Comenius de Bratislava, quien lo conoció pocos años antes de su fallecimiento en Massachussetts en 2017. Y es él quien nos ha contado su historia a cambio de nuestra ayuda para localizar más datos sobre la etapa vasca de su huida. Peter, en primer lugar, escapa de la imagen estereotipada que tenemos de los refugiados. No pensemos en él como una persona que alcanzó las fronteras de Euskadi apenas sin medios, sino todo lo contrario. Había nacido en Praga en 1920, hijo del matrimonio de Emil Sachsel y Wilma Hochhauser, dos miembros de la comunidad judía de Viena. Emil era un empresario de gran éxito, director de la empresa Fanto AG radicada en la capital checa, donde se instaló la familia en los años finales del imperio austrohúngaro. Los negocios paternos llevaron a la familia a Bratislava -hoy en Eslovaquia- donde nacería en 1927 Georg, el hijo menor. Los Sachsel eran una familia acomodada y cosmopolita. En casa hablaban alemán, si bien los hijos estudiaron bachillerato en el Gymnasium [Instituto] en lengua eslovaca; entre otras cosas, por el rechazo a estudiar en el Gymnasium alemán por el creciente antisemitismo. Peter también aprendió francés por parte de su madre y se defendía en inglés.

Cuando en 1938 se produjo la anexión de Austria por parte de la Alemania nazi, la rama vienesa de la familia pudo escapar primero a Londres y, desde allí, a Estados Unidos. Los Sachsel eslovacos, por el contrario, optaron por quedarse ya que consideraban que Checoslovaquia era una democracia madura donde los judíos no serían perseguidos, en un país protegido por Francia y el Reino Unido. Solamente tomarían una precaución que fue de gran importancia para el futuro de Peter: optaron por sacar todo su dinero de las cuentas bancarias en Viena y pasarlas a cuentas en Estados Unidos. Ese mismo año, además, Peter comenzaría sus estudios universitarios de Química en la Universidad de Lyon (Francia) gracias a la insistencia de su madre, que quería que su hijo perfeccionara el dominio del francés. Este hecho también sería providencial para su futuro.

Poco tiempo más tarde, la confianza de Emil Sachsel en la protección occidental de Checoslovaquia caía hecha añicos: en Múnich los primeros ministros de Francia y Gran Bretaña aceptaban el troceamiento de ese país, cuyos restos quedaban bajo la "protección" de los nazis. A partir de entonces intentaría por todos los medios seguir los pasos de sus parientes y conseguir como fuera un visado para escapar de Europa. Emil, de hecho, se dedicó con ahínco a mejorar su inglés (comenzó a escribir todas las cartas a Peter en ese idioma), pero fue inútil y, además, pronto comenzarían a sufrir todas las restricciones impuestas debido a su condición de judíos.

Mientras tanto, desde la distancia pero con creciente preocupación, Peter seguía con sus estudios en Lyon hasta que el estallido de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo la derrota de Francia en 1940, cambió su situación. Bien es cierto que, al principio, mantuvo en la medida de las posibilidades su vida cotidiana, gracias en parte a que los fondos familiares le seguían llegando regularmente. Pero cuando en 1941 la Francia de Vichy decidió hacer el primer censo de judíos, vio claramente que tenía que huir. Y el sur era el único camino posible.

Un refugiado en Bilbao

Peter Sachsel escribió unas memorias en las que cuenta sus peripecias tras escapar de Lyon. Como no tenía problemas económicos, sus movimientos por Francia lo presentaban como alguien despreocupado. En su marcha hacia la frontera española, cuenta incluso cómo tuvo tiempo para perder algo de dinero en un casino, muy posiblemente en Biarritz. No sabemos cómo hizo para cruzar la frontera, pero sí que en septiembre de 1941, como hemos dicho, se registró como huésped en el Hotel Excelsior de Bilbao; y desde allí inició los trámites para hacerse con un pasaje que lo llevara al otro lado del Atlántico.

El Hotel Excelsior se hallaba situado en la calle Hurtado de Amézaga, muy cerca de la estación de tren, donde hoy están las oficinas de las Juntas Generales de Bizkaia. Abierto en 1939, era regentado por una familia alemana, los Klinkert, que habían llegado a Bilbao en 1914. Pero más allá de esto, se sabe que era una de las sedes centrales de la red de espionaje alemán que funcionaba en Bilbao en tiempos de la guerra, desde donde se cubría el control de los puertos del Cantábrico, y operaba toda una red de informantes al servicio de los nazis. Muy posiblemente, Peter no llegaría a ser consciente del ambiente en el que estaría alojado los dos meses que residió en Bizkaia. Lo más razonable es pensar que eligió este hotel porque, a diferencia de otros refugiados, podía permitírselo. Como también pudo abonar sin problemas el coste del pasaje en primera clase a bordo del Magallanes, transatlántico que cubría la ruta desde Bilbao hasta La Habana.

Por ser de bandera española, la naviera propietaria era de las pocas que podía hacer la ruta transatlántica con relativa seguridad, y es por esto que fueron muchos los refugiados europeos quienes, como Peter, usaron sus servicios para ir en busca de la libertad. A cambio de 480 dólares pudo embarcarse el 10 de noviembre en el puerto de Santurtzi, arribando a Cuba una semana más tarde. No sabemos lo que pensaría al pisar tierra americana por primera vez, pero lo más probable es que lo hiciera con una mezcla de alivio, alegría y, todavía, cierta preocupación.

Entre el éxito y la memoria

Residió en Cuba poco más de un año. A fin de regularizar su situación optó por matricularse en la Havana Business Academy para estudiar Gestión de Empresas (tercer elemento que será de importancia en su vida futura). Poco sabemos de su estancia en Cuba, ya que -al igual que de su paso por Bilbao- su diario es muy parco en información. Sí que tenemos registrado su desembarco el 11 de marzo de 1943 en Florida, provisto de un visado de inmigrante con residencia permanente, gracias al apoyo monetario y personal de sus tíos. Quizá durante el tiempo que siguió hasta finalizar la guerra mantuvo la esperanza de volver a ver un día a su familia.

La realidad le llegaría años más tarde como un mazazo. A comienzos de 1942, mientras Peter estaba iniciando sus estudios y disfrutaba de la vida en La Habana, sus padres y hermano habían sido capturados y llevados a diversos campos de exterminio. Emil y Georg, por una terrible casualidad del destino, fueron asesinados en la cámara de gas el mismo día, 29 de abril, uno en Lublin y el otro en Auschwitz. De Wilma solo sabemos que se le pierde el rastro el 4 de abril al trasladarla a otro campo, el de Rejowiec, donde seguramente sería asesinada al poco tiempo. Peter se había quedado terriblemente solo.

El único modo que tuvo de sobreponerse al golpe fue romper totalmente con su anterior vida. Según los testimonios que conocemos, a partir de ese momento se negaría a hablar alemán y a recordar cualquier elemento que lo relacionara con Europa. Rehizo su vida en Massachussetts, instalándose en una pequeña ciudad cercana a Boston. Se casó varias veces, siempre dentro de la comunidad judía local, pero evitando en todo caso el contacto con otros judíos checoslovacos. En 1948, para hacer más radical su ruptura con Europa, cambió legalmente su apellido a Scott.

Tuvo dos hijos, pero evitó transmitirles, no solo el idioma, sino cualquier recuerdo de su vida anterior. En cambio, su vida económica fue un éxito, gracias a su formación como químico, logro sintetizar y comercializar un producto que servía para fijar el color a las prendas de vestir. El éxito comercial que obtuvo, dicen, aún se enseña en las academias de negocios.

Pero la memoria es poderosa, y ya en la década de 1970 los recuerdos volvieron con gran fuerza. Ofreció información sobre sus padres y hermanos a Vad Yashem, el centro de recuerdo del Holocausto en Israel, y retomó el contacto con sus antiguas amistades judías del Gymnasium, muchas de ellas también exiliadas como él, en países tan distantes como Argentina y Estados Unidos. Fue así como entraría en contacto con Jozef Tanzer, quien vino a Bilbao a buscar las huellas de su paso por nuestra tierra. Y así nos ha abierto una ventana hacia una faceta de nuestro pasado que sigue siendo muy desconocido pero sin duda, creo que coincidirán conmigo en que es, en el fondo, una historia que merece la pena conocer y contar.

Profesor titular de Historia de América en la Facultad de Letras de la Universidad del País Vasco - Euskal Herriko Unibertsitatea.

Grupo de Investigación 'País Vasco, Europa y América. Vínculos y relaciones atlánticas’.