- Ser Premium es como ser guapo: no depende tanto de uno mismo como de la percepción de los demás. De entrada, requiere contar con la materia prima adecuada; pero además de tener buenos mimbres hay que saber urdirlos con maestría. Aplicado al ámbito de la automoción, ello supone que no basta con demostrar calidad, innovación y exquisito refinamiento. Además, es imprescindible acreditar dichas cualidades de forma constante durante mucho tiempo. Luego ya solo queda confiar en que el público te otorgue esa consideración a la que aspiras. Muchas marcas, casi ninguna con éxito, han intentado durante décadas, bien a través de productos concretos o bien por medio de marcas paralelas, el ansiado ascenso de categoría. Ese es el objetivo prioritario autoimpuesto por DS desde que se independizó totalmente de Citroën en 2014.

De momento, la joven casa francesa va cumpliendo los requisitos exigibles para ingresar en la élite. Sigue el mismo libro de ruta que Lexus tras escindirse de Toyota y que la volatilizada Infiniti una vez desgajada de Nissan. Está desarrollando su propia identidad a través de una gama de productos con entidad y empaque claramente superiores a la media del mercado. El DS 4 ofrece el mejor testimonio de tal progresión, que persigue ese máximo reconocimiento social que nadie discute a las tres clásicas firmas alemanas: Audi, BMW y Mercedes-Benz.

Acercase a ese nivel de prestigio exige un prolongado esfuerzo, sobre todo económico. Dedicarse a crear productos de calidad Premium es tan costoso como difícil de rentabilizar, sobre todo en una fase inicial en la que hay que conquistar clientes partiendo casi desde el anonimato. De ahí que otros muchos intentos previos hayan fracasado estrepitosamente, con el consiguiente desastre financiero para sus promotores. Al fin y al cabo, el prestigio lo otorga el público cuando, acertadamente o no, considera admisible pagar un plus económico por un determinado automóvil, por más que este sea objetivamente equiparable a otro con inferior precio pero menos renombre.