He estado en Washington estos días. Uno de los aeropuertos de la ciudad es el Ronald Reagan. Como en todo aeropuerto, decenas de taxis esperan la llegada de pasajeros. La diferencia entre los aeropuertos de EE.UU. y lo que vemos en Europa es que Uber y Lyft, las dos grandes compañías de movilidad, tienen una fuerte presencia. Se ha sabido estos días que los conductores de estos taxis tenían diseñado un sencillo mecanismo para hacer que artificialmente subieran los precios de los viajes.

Antes de conocer cómo han cometido el fraude, debemos entender cómo estos sistemas digitales no regulados por administraciones públicas fijan las tarifas. Básicamente son mercados con una oferta -conductores y sus vehículos- y una demanda -turistas y ciudadanos buscando un desplazamiento-, que es lo que determina los precios. Si la oferta y la demanda cambian, también lo hacen en consecuencia los precios.

Aparentemente, la oferta y la demanda no se pueden orquestar o coordinar porque, como en todo mercado, se estaría atentando contra la libre competencia. Pues al parecer es lo que hicieron los conductores de estas empresas: apagaron su servicio durante uno o dos minutos de manera colectiva para que, por la escasez de oferta, subiera el precio ante una demanda creciente. Los algoritmos de Uber y Lyft no detectaron estas coordinaciones, y determinaron que había que subir el precio. Entre 10 y 20 dólares por trayecto conseguían subir la tarifa planificando su apagón cuando sabían que llegaban determinados aviones. Era una subida en cosa de 2-3 minutos. Los algoritmos derrotados por los humanos.

El motivo detrás de esta actuación es la demanda laboral que no paran de hacer sobre las comisiones que se quedan estas empresas de movilidad: entre un 35 y 40%. A estas alturas ya sabemos que de economía colaborativa poco tienen o han tenido estas empresas. Driver United, una organización -no sindicato- que representa de manera no formal a los conductores de Uber y Lyft emitió un comunicado informando sobre el insostenible modelo de negocio que tienen estas compañías. Defendían, en cierto modo, los derechos básicos y un salario mínimamente digno para sus representados.

Más allá de aspectos laborales, lo que merece igualmente la atención es cómo están este tipo de empresas algorítmicas entrando en nuestro día a día sin hacer reflexiones profundas. Dejar en manos de un mercado tan manipulable la movilidad de las personas, no nos lo podemos permitir. Recordaba con ello ciertos puntos que salieron con el famoso debate de los taxistas en España. Seguramente, como en otros planos de la vida, el equilibrio obligue a ceder de cada lado. Porque lo que tengo claro es que un modelo libre con algoritmos de por medio no funciona. Un algoritmo, tan utilizado para en cierto modo hablar de inteligencia artificial o aumentada, necesita de momento el juicio humano, su conciencia y ética para poder arbitrar estas decisiones.

Si un conjunto de taxistas, con este sencillo mecanismo, consiguieron esos aumentos en minutos, ¿qué pasaría un día que un algoritmo fije tipos de interés o cotizaciones a la seguridad social? Son distopías, naturalmente, pero por ello mismo no podemos tener confusiones superficiales sobre lo que realmente nos aportan los mecanismos que automatizan ciertas decisiones humanas. Se trata de automatismos vulnerables por el simple hecho que no tienen las capacidades que tenemos los humanos, ni la sensibilidad humana ni la ética que nos ha dado la evolución. Hasta la fecha, no hay ninguna evidencia empírica que vislumbre la posibilidad de crear máquinas conscientes. Estamos lejos de tener una inteligencia artificial capaz de acercarse a la polivalencia de nuestras mentes. Hemos sido capaces de crear inteligencias artificiales especializadas en determinados campos. Incluso nos han vencido al ajedrez o buscando patrones en imágenes. Pero de ahí a la inteligencia general, hay un espacio considerable.

Nadie ha demostrado que no sea posible crear una inteligencia artificial sobrehumana. Y tampoco se ha demostrado que sí se pueda. Muy propio de humanos exagerar lo que nos va a ocurrir.