bilbao- Ahora se ha vuelto youtuber. “Doy consejos a las señoras sobre cómo planchar un vestido de raso, freír huevos para que queden con puntillitas y solucionar el tema de los calzoncillos con nicotina”, explica Norberto Juan Ortiz, popularmente conocido como Bertín Osborne. “Lo de Norberto es solo para los inspectores de Hacienda, para las amigas soy Bertín, de toda la vida”, aclara. A sus 64 primaveras se mantiene jovial, triunfa en la tele y acaba de publicar un disco de puncheras; o sea, rancheras convertidas en un punching-ball. Bertín, empresario, cantante, presentador, actor de telenovelas y salas de teatro, sonriente hombretón que frisa los dos metros, de altura, pasa por Bilbao para algo que no recuerda.

¿No se acuerda de los motivos que le han traído a Bilbao?

-Muchacho, pues es lo hay. Me ha pasado alguna otra vez. Aunque la anterior terminé en Bratislava. Que hemos salido de la grabación del programa, en la casa, que ha quedado redonda? que si vamos a tomar un finito con unos camarones, que si la última, que si una copita de champán, que si canta Amor mediterráneo en el karaoke. Que he amanecido en un hotel de Bilbao.

Aprovechará para hacer algo...

-Pues a lo mejor me acerco al museo más interesante que hay en la ciudad: el del Athletic Club. Y luego el de los Pasos de Semana Santa. Para ver este último me pondré las gafas de sol, que yo me emociono mucho cuando me acerco a los Pasos.

Entiendo, es usted muy devoto.

-Qué va. Es un reflejo condicionado. De chaval iba con mi abuelita a la Semana Santa de Sevilla. Cuando pasaba cerca de un Paso, yo me arrancaba a cantar saetas, y mi abuela me soltaba unos capones en la cocorota que todavía me duelen. Toque este bulto, toque. Zasca, me arreaba con el canto del abanico cerrado. “Calla, Norbertín, que te ha dado Dios menos oído que al difunto Goya”, me susurraba. Así diez o doce veces cada Semana Santa. Claro, ya asocio el Paso al capón... y me salen unos lagrimones. Mi abuela también me solía dar puñados de Sugus, de los del papel pegado al caramelo, y me tiraba horas pelándolos, pero eso es otra historia. Cómo se reía mi abuela. Así he salido yo de dicharachero y campechano.

Qué bonita infancia.

-Quitando lo de los abanicazos de mi abuela, fui feliz. En casa, papá era conde de varios lugares, y mamá venía de la pata del Cid. Te acostumbras a tomar el té, a tratar con el servicio, a descascarillar los langostinos con cuchillo y tenedor y a vestir trajes caros con zapatos brillantes. Siempre con camisas de esas que llevan pasador en el cuello almidonado. Aprendes también a engominarte el pelo para atrás y dejarte los rizos húmedos colgando en la nuca. Todo eso impresiona mucho. Por ejemplo, Mario Conde tuvo que completar varios cursos y seminarios para controlar ese tipo de cosas. A mí me venían de serie. También conviene saber hablar de los cilindros de los coches deportivos, de razas de caballos y de la ópera de Viena. De estas cosas dependen después las amistades más determinantes de tu vida. Y la gente no le da importancia.

La personas corrientes se concentran más en completar los estudios.

-Ellos sabrán. Yo empecé ingeniero agrónomo, no terminé y aquí estoy. Me acuerdo que mi amigo Pelayo Ruiz Wallsansehim, de los Ruiz Wallsansehim de toda la vida, me dijo: “Norber, tío, a que no tienes un par para matricularte en Ingeniería Agrónoma”. Y yo: ¿cómo que no? Y me matriculé. Pasé unos años en Valladolid, joé. Ni sé dónde está la Facultad, porque me matriculé por correo. Ahí me dí cuenta de que se me daban bien las señoras. Se me quedaban como arrobadas delante. Como las liebres cuando les das las largas del todo terreno. Yo creí que sería la colonia. Cambié de colonia, y lo mismo. Empecé a ir sin colonia, igual. Sin ducharme, y muy parecido. Pensé: Bertín, tu tienes facilidad para esto, tienes un don.

Y es cuando decidió dedicarse al mundo del espectáculo.

-La verdad es que no. Porque no necesitaba dedicarme a nada. Podía ir a cualquiera de las fincas de papá y pasarme la vida allí. Pero en 1971 me presenté, por equivocación, al Festival de la Canción de El Escorial? y se quedaron todas boquiabiertas. No entiendo el motivo, porque falló el micro y no se escuchaba nada. Un exitazo. Y una cosa llevó a la otra.

¿Le gusta el País Vasco?

-Mucho. Unos paisajes preciosos y una gente maravillosa. Se come de maravilla y es mentira que sea imposible ligar. Además, a mí se da bien cocinar recetas típicas de la cocina vasca como, por ejemplo, las patatas a la riojana. Picantonas y con su poquito de chorizo. Y una copa de vinito. Gloria bendita.