STA es la historia de una vida trepidante, el sinparar O casi. No en vano, a Andrés Espinosa puede considerarse el pionero del alpinismo vasco durante elsiglo XX que casi recorrió por completo, si se tiene en cuenta que nació en Zornotza en 1903 y falleció 82 años más tarde.

Fue primogénito entre seis hermanos, y apenas tenía 9 años cuando falleció su padre. A los 12 años ingresó en el internado de Lekaroz, ubicado en el valle del Baztan, dedicando tres años a estudiar comercio. A la conclusión de su formación se trasladó a Bilbao, donde trabajó como vendedor de telas. La profesión heredada del padre no le satisfacía y se distanció de su entorno social, buscando refugio en la naturaleza que descubrió en la niñez con su amigo el pintor Enrique Renteria. Escuchaba la llamada de los montes en su interior. Escuchemos el eco de su historia, digna de una de las grandes narraciones del pasado siglo.

Sus primeros pasos discurren, como les dije, en compañía del pintor Enrique Renteria, por la Sierra de Aramotz (Legarmendi), que irá conformando el paisaje y las andanzas de su niñez, envenenándole el alma de montaña. Tanto que si uno se recrea con una filmación de sus muy varadas filigranas queda boquiabierto. No por nada, en la memoria de la Bizkaia más alpinista retumban sus portentosas hazañas, realizadas siempre en solitario: la intrépida escalada al Naranjo de Bulnes, las prestigiosas ascensiones del Mont Blanc y del Cervino, las aventuras a través del desierto y de la selva en busca de las míticas cumbres del Sinaí y del Kilimanjaro, su extraordinario viaje hasta las faldas del Himalaya.... En sólo seis años Espinosa se convirtió en uno de los alpinistas más célebres de la época.

En algunos de los escritos que dejó para la posteridad, puede leerse “Solo, loco, libre, tres hermosas palabras. Solo, loco y libre por el mundo adelante, que es muy grande”. Se diría que es el lema de su vida. Les hablo de un hombre culto, un humanista, dotado de grandes facultades pictóricas y literarias. Es un ser sensible, un místico que admira y respeta la naturaleza, un precursor por tanto del ecologismo. Todas esas cualidades están plasmadas en su valiosa obra escrita, poco conocida y en parte todavía inédita en algunos casos, por mucho que sus gestas se cuenten una y otra vez entre los hombres y mujeres de la montaña.

¿Quieren que les cuente alguna? El 30 de julio de 1928 Espinosa marcó un hito en la historia del alpinismo vasco. En una excursión por los Picos de Europa, se encaramó a la base del Naranjo de Bulnes descalzo y sin cuerda. Aunque no llevaba intención de subirlo, se sintió cómodo y, sin pensárselo dos veces, escaló la pared hasta su cumbre. Esta ascensión se ha cacareado entre las cumbres una y mil veces.

El ánimo iba ensanchándosele y en su horizonte aparece la gran cordillera de los Alpes. Protagonizó una de las gestas montañeras más relevantes de la historia del alpinismo: calzado con sus clásicas abarcas y unos crampones, escaló por primera vez en solitario el Mont Blanc y el Cervino. Pasó hambre y frío, soportó tormentas de granizo y nieve, y en más de una ocasión tuvo caídas peligrosas. Pero el montañero demostró ser capaz de superar cualquier adversidad, gracias a su fortaleza y tenacidad.

La ascensión al Kilimanjaro, su gesta más celebrada (recuerda, en sus peores momentos, lo que le dijo el pelotari de Markina Nicolás Arrate, a quien encontró en una calle de El Cairo. “Gogor egin”, al despedirle en la estación...) y al Sinaí, “el mismo monte al que subió Moisés”, según dijo. Estuvo salpicada por travesías por la selva africana y el desierto árabe. La burocracia frenó su sueño del Himalaya pero Andrés ya era, para entonces, leyenda.

El 30 de julio de 1928 Espinosa marcó un hito en el alpinismo vasco al subir al Naranjo de Bulnes descalzo y sin cuerda

Vivió ascensiones al Mont Blanc y Cervino, aventuras en el desierto y la selva y buscó las míticas cumbres del Sinaí y del Kilimanjaro