A suya fue una vida que se resume rápido: fue un siglo largo de buena gente. De buena persona y singular, habida cuenta que en el cuaderno de sus quehaceres tiene una muesca gloriosa. El fue el hombre que levantó un iglesia. En Orozco, para más señas.

Supo desde pequeño que quería ser arquitecto. “Me gustaba mucho el dibujo, pero también influyó bastante que un tío mío fuera maestro de obras”, recordaba. Así que, tras estudiar en los Maristas y finalizar el Bachillerato en el Instituto, “cuando estaba en Atxuri”, se fue a Barcelona a cursar Arquitectura. Atrás dejaba un Bilbao donde Hilario había nacido, un 8 de julio de 1910 en la calle Bailén. Superados los primeros tres años de carrera universitaria, se vio obligado a hacer un parón por culpa de la Guerra Civil. “Es lo más desagradable que he vivido”, dice. Por eso, no le gustaba hablar mucho del tema como tampoco del hijo que se le murió. Lo justo para explicar que estuvo en los dos bandos. “Primero me movilizaron los colorados y después, los azules”.

Se colegió en 1942. Los primeros proyectos salieron de un pequeño estudio que instaló en una habitación de su casa. Poco a poco fue haciéndose un hueco en la profesión. “Yo siempre me he dedicado a la edificación. He construido en muchos sitios: Bermeo, Gernika, Muxika, Bilbao... y puedo decir que he disfrutado mucho con mi trabajo”, decía. Con su sempiterna txapela, fue haciéndose un nombre en la arquitectura. Sus primeros encargos en Bilbao fueron una oficina de farmacia y un escaparate en Bilbao, así como una galería de miradores en el Paseo de los Tilos en Gernika. Desde entonces, Apraiz fue una institución en el Colegio de Arquitectos Vasco-Navarro, además de su miembro más longevo y activo. Incesante.

“Quiero aprender a esquiar con un monitor”. Ese deseo común a tantos mortales en algún momento de su vida se despertó en Hilario Apraiz un poquito tarde, cuando ya gastaba sesenta tacos de calendario. El hombre se deslizó por las blancas colinas hasta que, ya octogenario, una de sus hijas, Idoia Apraiz, decidió que ya era edad de riesgo y se lo prohibieron. Su mujer, más intrépida aún, acababa de romperse el fémur en un accidente de esquí. Hilario se hizo entonces maestro de billares y soñó, cada día que pasaba, con una carambola diferente. Se deslizaba entonces con el marfil de las bolas sobre un manto verde, algo menos arriesgado que el calcio de los huesos sobre un manto blanco. Cuando le preguntaban cuál era el secreto para conservarse tan lúcido a su edad (se fue con 101 años...) contestaba con un acrónimo: “TYBA”. ¿Y qué significaba eso? “Tranquilidad y buenos alimentos”.

Protagonista: Hilario Apraiz

Gesta: A los 18 años se trasladó a Barcelona para estudiar Arquitectura. Después de la Guerra Civil consiguió volver a su Bilbao en 1942. Sus obras están presentes en localidades como Bermeo, Amorebieta, Artea, Gernika-Lumo, Bilbao y Orozko. Destaca la construcción de la iglesia de esta última localidad.