LOS relatos populares se han utilizado históricamente para aprender cosas de manera ágil y rápida. Seguramente nuestra configuración genética tenga mucho que ver en todo ello. No por ello se trata del mejor mecanismo para la transmisión de conocimiento. Fiel representación de lo importante que es poner en duda en ocasiones estos relatos es la supuesta adicción que estarían provocando las redes sociales.

No hay evidencia sólida e histórica para sacar grandes conclusiones. Por lo tanto, ese mantra popular de que están introduciendo una epidemia adictiva no ser tan cierto como parece. Y es que la afección de las redes sociales en cada persona varía en función de una serie de parámetros. Primero, porque el efecto puede ser positivo o negativo. Y segundo, porque las redes se pueden emplear para muchas cuestiones. Analicemos qué sabemos y qué no de la convivencia de las redes sociales con nosotros y nosotras.

El capital social ha sido estudiado durante décadas como un elemento incentivador de nuestro bienestar. Las redes sociales digitales -y comerciales- se citan reiteradamente como un entorno donde se puede aumentar la red de contactos y por lo tanto, el capital social. Sin embargo, la realidad es un poco diferente. En 2016, los investigadores Jan-Erik Lönnqvist y Fenne grosse Deters, publicaron un artículo en que el que exponían cómo los beneficios de las redes sociales digitales solo se dan para algunas personalidades, no para todas. Por otro lado, en 2012, el investigador Petter Bae Brandtzæg publicó otro artículo en el que exponía resultados de la influencia de las redes en función del uso que se hacía de las mismas. Un uso intensivo de las redes sociales, trae un desarrollo importante de las competencias sociales para la interacción o el capital relacional. Sin embargo, también desarrolla una mayor individualidad. Encontró así cinco tipos de usuarios de redes sociales: Esporádicos, Espías, Sociales, Participantes y Avanzados. Solo los Sociales mejoraban su capital social frente al resto. Por último, en 2007 se publicó otro estudio en el que aquellas personas con un capital social tradicional fuerte -relaciones de amistas sólidas y duraderas- experimentaban un uso más satisfactorio y provechoso de las mismas.

Estos tres estudios nos llevan a pensar que concluir que las “redes sociales provocan adicción” no es tan fácil. Yo mismo en este espacio he expuesto los numerosos efectos psicológicos que aparentemente tienen. Pero no podemos generalizar fácilmente. Especialmente porque tendemos a destacar sus aspectos negativos, y restar relevancia a los efectos positivos -que como acabamos de ver, también son importantes-.

Usemos Facebook para explicar esta idea. Utilizar la red social comercial por antonomasia para hablar con amigos y amigas que apenas se ven, o incluso, para ver las reacciones a las publicaciones de medios de comunicación, puede traer efectos positivos. Sin embargo, si las utilizamos para espiar o para compararnos con todas las fotos de felicidad que se suben -en un claro ejemplo de sesgo de selección y disponibilidad-, naturalmente los efectos no pueden ser buenos. La investigadora Mai-Ly Nguyen Steers, de la Universidad de Houston, publicó un artículo en el que hablaba de efectos de falta de sentido de pertenencia a una sociedad o incluso a la depresión si el uso que se hacía era intensivo en comparación y posición de cada uno frente al resto.

Por otro lado, está como siempre el efecto cantidad. No es lo mismo tener las notificaciones apagadas y hacer un consumo puntual y regular diario, que hacerlo intensivamente y de manera síncrona en cualquier momento. Un estudio de 2017 hablaba precisamente de esto: necesitamos hacer un uso prudente y racional de este nuevo instrumento con el que todavía muchos y muchas no saben convivir.

Todo lo anterior nos lleva a concluir que, efectivamente, no podemos sacar conclusiones rápidas y fáciles de un fenómeno tan complejo. Deben pasar aún más años de madurez social y digital para sacar conclusiones tan grandilocuentes.