Capítulo uno

El amor brota sin orden, tarda un segundo en producirse, justo en el instante que va después de una mirada especial o de una risa a tiempo. Da igual que sea real o inventado. No siempre es verdad, a veces sentimos lo que deseamos sentir.

Vera no sabe cuándo se rompió definitivamente todo lo que la unía a Borja. No fue un día concreto, no sucedió nada extraordinario, no se puede precisar el motivo por el que dejó de sentir nada hacia él. “Dejé de sentir nada hacia él” es una frase extraña y confusa, como lo es el amor y lo que se deja de sentir. Además, es gramaticalmente incorrecta. Vera lo sabe, pero el amor solo puede explicarse olvidando las correcciones, también gramaticales. Vera terminó detestando del marqués hasta sus cosas buenas. Su sola presencia le producía zozobra, una inquietud insoportable, como si él le robase el aire cuando paseaba por la habitación, cuando se cruzaban en el vestidor o compartían el baño. Era invasivo, aunque no hiciese nada. Nada malo, se entiende. Por ejemplo, afeitarse. Vera odiaba la manera en la que Borja se afeitaba. Más que la manera, el resultado. Esa piel tan perfectamente apurada que parecía pulida. Fina, como a punto de romperse. Primero blanca y brillante cual loncha de tocino, y rosácea después de unas palmaditas rítmicas para esparcirse un aftershave que en su cara olía a pasado.

La portada de 'Vera, una historia de amor'.

La portada de 'Vera, una historia de amor'. Elkar

–¿Qué estás viendo? – Borja sorprendió una tarde a Vera sonriendo delante de la pantalla del portátil.

–Nada – contestó mientras lo cerraba de golpe.

–Algo estarías viendo.

–Nada. – Ella repitió la respuesta.

–¿Y por qué cierras el ordenador?

–No sé, ha sido un instinto.

–¿Qué estabas viendo? – El marqués elevó el tono.

–De verdad, no era nada importante.

–Vera, no me jodas. ¿Qué cojones estabas viendo?

–Estaba viendo vídeos de gatos.

–Menuda gilipollez. – Borja tuvo la tentación de pedirle a Vera que abriera el ordenador y se lo demostrase–.

Demasiado contenta estabas tú para estar viendo vídeos de gatos.

–Me gusta ver vídeos de gatos.

Era verdad que últimamente Vera miraba su portátil más de lo normal, pero jamás había entrado en una página de vídeos de gatos. Eran otras webs las que la ilusionaban desde hacía varios meses, cuando empezó a pensar en la separación.

FICHA

  • Título: ‘Vera, una historia de amor’
  • Autor: Juan del Val
  • Género: Novela
  • Editorial: Planeta
  • Páginas: 360

Esta mañana está contenta. Contempla su cuerpo en el espejo y le parece como si fuera el de otra. Mucho más bello. Se sorprende mirándose desnuda, reconociéndose diferente a otras veces. Es su mismo cuello, los hombros son los suyos; sus tetas, las de siempre. No ha cambiado su cintura, ni su pubis, ni sus muslos. Se da media vuelta, como hacen las famosas cuando posan en el photocall, y se mira de arriba abajo la espalda y el culo sin hacer caso a los defectos. Tiene cuarenta y cinco años y se gusta.

Hacía mucho tiempo que no se contemplaba así, sin preocuparse de cómo la iban a mirar los demás. Sus amigas, los maridos de sus amigas y el suyo. La envidia de ellas, el deseo de ellos y su desnudez durante tantos años únicamente para él. Ahora no están ni ellas ni ellos ni él.

Ahora está ella. Por primera vez.

Vera echa un vistazo a su alrededor, la decoración de la habitación principal de la finca forma parte de su vida, pero esa es una vida ya vivida. La moqueta gris perla, la cómoda de palisandro art déco comprada en una tienda de antigüedades en París; las mesillas que fueron herencia de su bisabuela, dos obras de arte del siglo XIX con lámparas de Davide Medri de las que Vera se encaprichó en un viaje a Roma, un cuadro de Goya, también heredado, al lado del balcón que da al patio de naranjos, cubierto por las cortinas de terciopelo granate... Vera se ilusiona pensando en el piso que está buscando en Sevilla.

Otra habitación, una cama nueva, unos muebles distintos, otras vistas. Una vida por vivir.

Mira la hora en el reloj de su mesilla de noche, aunque desde que se separó del marqués hace tres meses, las dos mesillas de noche son suyas, como lo son los dos lados de la cama. Don Borja Manuel Laguía de Villareguela, marqués de Villaecijilla, ya no está en la cama de Vera después de veinticuatro años de matrimonio.

Encima de la cama hay desparramados cuatro jerséis de punto – la mitad de cuello vuelto, a pesar de que ya empieza a hacer demasiado calor–, cinco pantalones, tres faldas, dos vestidos y dos americanas.

SOBRE EL AUTOR

Juan del Val (Madrid, 1970) es escritor, guionista y columnista. Con una voz directa y sin adornos, se ha consolidado como narrador de historias incómodas y conmovedoras en las que la intimidad, el deseo, la clase social y la culpa se entrelazan con agudeza y verdad emocional. Es autor de varias novelas y colaborador habitual en prensa y televisión. Vera, una historia de amor es, quizá, su obra más íntima: el retrato sin concesiones de una mujer que se atreve a cambiar su destino.

Cerca del armario hay esparcidos varios pares de zapatos planos y de tacón, y zapatillas de deporte que Vera combina con la ropa que va dejando tirada encima de la cama, después de ponérsela y quitársela una y otra vez sin acabar de decidirse. Hace un rato estaba más segura mirándose desnuda en el espejo de lo que está ahora eligiendo un modelito para ir a ver pisos. Ha quedado con el vendedor de la inmobiliaria para que le enseñe los que tiene seleccionados para ella cerca de la Maestranza, y, si le da tiempo, puede llegar a ver ambos.

Vera entra en cada piso en venta buscándose a ella misma detrás del umbral. Una ilusión que empezó a construirse el primer día que accedió a una web de venta de casas. Al principio fue solo un entretenimiento inocente; después, una obsesión. Detrás de cada anuncio en el que clicaba, Vera fantaseaba con su plan de huida.

Dentro de media hora ha quedado con el vendedor en la calle Adriano. O elige pronto lo que se va a poner o llegará tarde.

En la finca La Paz está empezando el ruido. Los perros ladran, un tractor está saliendo de una de las cocheras.

El sonido de los cascos de dos caballos sobre el empedrado se cuela nítido en la habitación de la señora.

Seiscientas hectáreas, al lado de Sevilla, de cultivo de tomate, maíz, patata, remolacha, algodón y algo de avena, esta para alimentar a los caballos. La Paz no es la única finca, ni tampoco la más rentable de las que tiene el marqués, pero es en la que Vera quiso vivir después de casarse. Ella dejó Casa Caldera, su finca familiar, para instalarse en la de Borja. Aquí está la mitad de

su vida, gran parte de sus recuerdos, también la nostalgia de los buenos momentos de los primeros años. Borja se fue a su palacete de la avenida de la Palmera después de la separación. “Quédate mientras decides lo que quieres hacer con tu vida”, le dijo de una manera sorprendentemente generosa. Ella sospecha de esa generosidad, conoce a Borja demasiado bien.

Vera ya se ha decidido, aunque sin estar convencida del todo. Había que hacerlo porque, con tantos cambios de ropa, al final no le queda mucho tiempo. Se ve guapa, a pesar de que le hubiera gustado ponerse la camisa verde que ha echado a lavar. Tenía que ser esa, precisamente. Está nerviosa, ojalá alguno de esos dos pisos sea el definitivo. En las fotos tienen muy buena pinta, aunque no haya imágenes de las vistas. “Hoy lo voy a encontrar, tengo un presentimiento”, se dice mirándose al espejo. Todavía le falta un último toque de pintalabios rojo.

El amor se acaba a la misma

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velocidad que empieza, aunque tardemos mucho más tiempo en querer darnos cuenta de ese final.

Definitivamente, va a llegar tarde.