bilbao- Ane Irazabal (Arrasate, 1984) no ha parado estos meses, recién culminados con un viaje “como turista” a Estados Unidos. Además de todo lo citado, ha seguido el auge de la extrema derecha en Hungría y Bulgaria y ha pasado por Croacia. En el itinerario llama la atención Filipinas, “donde el presidente Duterte, apodado el Trump asiático, ha comenzado una campaña para matar drogadictos en las calles de Manila”. Irazabal lamenta que “estamos haciendo muy poco para desmentir todas las noticias falsas que se propagan sobre los refugiados” y el día que habló con DEIA estaba quemada tras oír a un peluquero marroquí hablar contra los negros. “Siempre la manía de fastidiar al que representa el Sur de nuestro Sur”, reflexiona.
¿A EE.UU. fue de vacaciones?
-Sí, pero aproveché para ir al muro de Tijuana. Yo estaba en San Diego, muy cerca, y crucé la frontera.
Usted ya conoce muchos muros y vallas, muchos refugiados...
-Así es, pero este en concreto me impresionó bastante, mucho más de lo que esperaba; sobre todo en el aspecto visual. Y eso que he vivido en Belén, que tiene un muro impactante para la vista. Pero el de Tijuana llega hasta la playa y entra en el mar... es un doble muro: el que construyeron antes y el de ahora, mucho más sofisticado. Entre ambos hay una especie de tierra de nadie y los domingos dejan pasar a las familias que están divididas para que se junten un rato y hagan una especie de picnic. Es duro de ver.
¿Cómo está la ciudad?
-Tijuana es una mezcla de todo: hay refugiados mexicanos deportados tras vivir años y años en EE.UU., latinoamericanos que aún intentan cruzar y muchos haitianos que trabajaron en la construcción para los Juegos Olímpicos de Brasil y también aspiran a ese sueño americano que al final nunca se cumple. Tijuana siempre ha sido una especie de embudo y ahora más que nunca.
Ha recibido el Premio Argia... ¿en la categoría de prensa escrita?
-También me sorprendió porque con la radio y la tele cada vez tengo menos tiempo para escribir. Creo que fue por los reportajes largos sobre refugiados que hice para ellos. En la entrega hicieron hincapié en mi constancia a la hora de contar este drama.
Este año ha trabajado en Filipinas, que se sale de su órbita temática y geográfica y que está en tercer o cuarto plano de la actualidad. ¿Cómo se le ocurrió?
-Con un programa de la RAI (televisión pública italiana) sobre reportajes políticos. Yo soy una colaboradora externa y hago un reportaje al mes. Me llamó la atención que esa carnicería apenas se cuente en los medios. Una vez que lo emite la RAI, se puede proponer a otras televisiones, en mi caso a Euskal Telebista.
La Manila actual se compara con la Medellín de los 80. Escuadrones de la muerte, paramilitares, ejecuciones extrajudiciales,...
-Estuve en diciembre y había cuarenta muertes violentas cada noche. Íbamos con la Policía y encontrábamos gente asesinada en la calle por enmascarados, personas que estaban en casa y llegaba alguien y les disparaba... ¿Quién? Nadie lo sabe seguro, pero pueden ser policías que estaban en el negocio de la droga y liquidan a los traficantes con los que trabajaban para no dejar pistas. No están atacando a la verdadera industria de la metanfetamina porque sólo caen camellos de poca monta, drogadictos que viven en la calle,...
Rodrigo Duterte es abogado. ¿Se atreve a incitar al delito?
-Hace declaraciones muy polémicas, como cuando recordó el exterminio de los judíos por Hitler y pidió el exterminio de todos los drogadictos de Filipinas. Siempre utiliza palabras medidas para no ser denunciado y juzgado, pero se hace entender. Es muy listo. Concurría como un candidato que no venía de la casta, que no era parte del sistema, que no era corrupto; y ganó las elecciones.
¿Se pudo mover con libertad?
-No percibimos una presión gubernamental. Quizá ya al final intentaban tapar un poco la escena del crimen para que las imágenes no fueran tan fuertes. Pero nos dejaron trabajar con relativa libertad y visitamos cárceles y centros de rehabilitación donde meten a exadictos al shabú (la metanfetamina de allí).
En poco más de un año se dice que ha habido entre 9.000 y 13.000 asesinatos. El presidente cree que hay que acabar con 20.000 personas.
-Efectivamente hay una lista. Si estás en ella dicen que, en vez de ingresarte en desintoxicación, es tu sentencia de muerte. Con apoyo del presidente, la Policía está haciendo una sangría. Los opositores temen que los drogadictos sean sólo el comienzo y siga con otros colectivos: políticos, profesores, clero...
En septiembre, Duterte afirmó: “Cuando leí las condenas de la UE dije ‘que os jodan”. Y controla bien la actualidad: “Es invierno, cerráis las puertas a inmigrantes escapando de Oriente Medio. Permitís que se pudran, ¿pero estáis preocupados por la muerte de 1.000, 2.000 o 3.000 personas?”.
-Su gran baza es presentarse como el líder contra el sistema corrupto que, según él, representan la ONU, organizaciones de derechos humanos estadounidenses, la UE... Por eso es tan amigo de Trump y Putin, porque ha creado ese eje muy convincente para ganar apoyos. Todo lo demás lo considera un sistema caduco que no le puede dar lecciones. Su discurso es “¿quiénes sois para hablarme de derechos humanos con lo que hacéis en vuestros países?”. Y funciona, da donde duele.
Su última medida es dar carta blanca a la Policía “para matar a los idiotas que se resistan a ser detenidos”.
-Su idea es que deben rendirse y lo ha promovido desde el principio. Además está intentando ocultar esta matanza diciendo que Filipinas tiene problemas más graves como lo que pasa en Marawi, en la isla de Mindanao: la guerra del Estado contra grupos armados que de alguna forma se han afiliado al Estado Islámico. Esa guerra contra el yihadismo que él abandera en Asia hace que se ensombrezca lo que está pasando en las calles de Filipinas.
También fue al 60 aniversario de la UE, del Tratado de Roma.
-No se respiraba mucha autosatisfacción. Era un momento muy complicado y los líderes que vinieron a Roma eran conscientes de eso. No hubo grandes fastos, fue un trámite. Cubrí también las protestas de ciudadanos que reniegan de lo que se ha convertido la UE. Hubo manifestaciones de la extrema derecha y de la izquierda contra lo que ambos bandos llaman “los burócratas de Bruselas”, para ellos una institución gris, poco transparente y deshumanizada. El aniversario unió en el enfado a gente totalmente distinta.
Los refugiados son un problema que no olvida. Trabajó desde la orilla de llegada del Mediterráneo y este año ha ido a la de origen, Libia. ¿La situación es peor ahora?
-Sí, se ha visto claramente el inmovilismo de la UE para aplicar acuerdos ya firmados como la reubicación de solicitantes de asilo desde Grecia e Italia a otros países europeos o las políticas de reunificación familiar. Y la intención de seguir con la política de externalización de las fronteras a Níger o Chad más la última decisión de alcanzar acuerdos con milicias armadas en Libia, que hasta ahora hacían negocio con el tráfico de personas, para que paren las llegadas. Han recibido dinero o han hecho tratos que ignoramos y están deteniendo la salida de embarcaciones desde las costas de Zawiya y Sabratha. Es la forma de crear más tapones que Turquía y más lejos.
¿En Libia se sintió controlada?
-Sí, sí. No se puede entrar si no tramitas un visado y una acreditación como periodista en el Ministerio de Comunicación. Los fixers (colegas del país que controlan el idioma, tienen contactos, pueden facilitar entrevistas...) deben rendir cuentas a ese Ministerio, pasar informes de lo que hacemos o pretendíamos hacer. El control es absoluto. El fixer incluso tiene que ir a buscarte al aeropuerto y después a dejarte.
¿Los refugiados que no consiguen avanzar ni retroceder pueden ser secuestrados como esclavos?
-Eso no lo vi pero diferentes medios hablaban de compraventa de órganos. También vi a las jóvenes nigerianas que caen en redes de prostitución que operan en toda Europa.
En julio pasó dos semanas en el barco de la ONG Proactiva Open Arms de ayuda a refugiados.
-Hice dos semanas de rescate en el mar y la llegada de emigrantes en el Mediterráneo se ha desplomado. No es casualidad, es porque los acuerdos de la UE con Trípoli y el Sahel están dando frutos: dinero a cambio de parar las salidas hacia Europa.
También hizo la ruta de los Balcanes. Reportajes nocturnos en Serbia, sin luz en pabellones abandonados, con más de mil migrantes, todos hombres. ¿No tuvo miedo?
-No. Tampoco estaría toda la noche sola allí pero voy a hacer un reportaje y debo pasar tiempo. También tomar medidas de seguridad, pero las mismas que si camino sola por la noche en Belgrado... Eran chavales jóvenes, incluso menores. Vivían en condiciones higiénicas desastrosas, haciendo fuego dentro de los almacenes quemando todo lo que ardía... al entrar allí lo último que piensas es que a ti te puede pasar algo.
Se mete su nombre en Google y lo primero que sale es la detención en marzo de 2016 por la Policía macedonia por acompañar a los refugiados de Idomeni. Usted sabía que volvería al hotel y los refugiados seguirían retenidos a la intemperie. ¿Sintió lo mismo en Serbia?
-Sí, yo sé que vuelvo al hotel, me ducho, ceno y duermo en una cama. Ésa es una contradicción interna con la que todos los periodistas tenemos que lidiar. Es la cruda realidad y esa distancia que periodísticamente es importante entender y saber manejar. En Libia visité los centros donde había miles de detenidos y pensaba que iban a seguir intentando escapar y embarcar a Europa y lo que les podía pasar (se le quiebra ligeramente la voz), yo volvía a Trípoli a mi hotel y dormía, pero es muy duro.
No es una superheroína y no puede arreglar el mundo.
-Ha llegado un momento en mi vida en que no aspiro a arreglar el mundo. Aspiro a contar con honestidad lo que estoy viendo y si eso sirve para despertar la curiosidad de una sola persona o crearle el mismo dolor de tripas que siento yo, ya he hecho suficiente.