Alegra volver a ver a Polanski en forma, con un inicio de película magnífico cuando deja entrar la cámara en un teatro parisino (que recuerda al comienzo más intrusivo de El quimérico inquilino, de 1976). Esta vez, bajo el pretexto de una adaptación de la novela erótica del mismo nombre del escritor Leopold von Sacher-Masoch, entrega su oficio y sentido del ritmo a la filmación de un hipotético y memorable ensayo de la obra de teatro. Interesado en rodajes más rápidos y directos, el octogenario director resuelve la película con mucha clase y distinción gracias a la grandiosa interpretación de su mujer, Emmanuelle Seigner, en su quinta colaboración juntos.

En una transformación fulminante, Seigner muestra sus dotes para la interpretación y la seducción, y juguetea con el personaje, saltando de la ficticia representación a la vida real ligada a los personajes.

Mucho más inspirado que en Un dios salvaje, a nivel de dirección, gustará a los amantes del teatro y a los que no necesitan más sentido de la fascinación que a dos intérpretes que se ponen a prueba y sugieren un duelo interpretativo sobre la inspiración y el poder.

Dirección: Roman Polanski. Guion: David Ives y Roman Polanski. Reparto: Emmanuelle Seigner y Mathieu Almaric. Duración: 96 minutos.