La prevalencia del ictus en Euskadi deja ver datos muy llamativos. Cerca de 3.400 casos año, de los cuales, el 80% son prevenibles. Del total de los mismos, el 52% se da en hombres y el 48% en mujeres y provocan anualmente una cifra en torno a los 1.400 fallecimientos. En cuanto a los rangos de edad, casi tres de cada cuatro ictus ocurren en personas mayores de 65 años.

A todo ello cabe añadir que con más de 5.000 altas hospitalarias al año en Euskadi por esta causa, se estima que los costes de asistencia sanitaria, incluida la rehabilitación, alcanzan los 35 millones de euros. 

Dicha relevancia del ictus entre las principales causas de muerte en hombres y mujeres subraya la conveniencia de sensibilizar a la población con respecto a las medidas de prevención. 

Según indica el Dr. Juan Carlos García Moncó, especialista en Neurología del Centro IMQ Colón, en primer lugar es necesario distinguir entre las dos clases de ictus que existen: el isquémico y el hemorrágico. 

«El ictus isquémico se produce por una disminución importante del flujo sanguíneo que recibe una parte del cerebro. Se trata del tipo de ictus más frecuente (hasta el 85% del total) y su consecuencia final es el infarto cerebral, que provoca la muerte de las células cerebrales afectadas por la falta de aporte de oxígeno y nutrientes transportados por la sangre».

Por otro lado, la hemorragia originada por la rotura de un vaso cerebral origina un ictus hemorrágico. «Es menos frecuente, pero su mortalidad es considerablemente mayor. Como contrapartida, los supervivientes de un ictus hemorrágico suelen presentar, a medio plazo, secuelas menos graves», añade el especialista.

Para el neurólogo de IMQ, «es clave» reconocer los síntomas y actuar de manera precoz. Así, señala la pérdida brusca de fuerza o parálisis en una parte del cuerpo. «Habitualmente se produce parálisis de una mitad de la cara y del brazo del mismo lado. Según la localización y el tamaño de la lesión del cerebro, la pérdida de fuerza puede afectar a la mitad del cuerpo (hemiplejia) o tan solo a uno de los miembros (monoplejia). Cuando afecta a los dos lados del cuerpo a la vez se habla de tetraplejia, y en los casos más graves, el ictus puede dificultar la respiración y disminuir el nivel de consciencia, llegando a provocar el coma».

También se puede dar la hipoestesia, alteración de la sensibilidad en la misma zona en que se pierde la fuerza, la parestesia, sensación de acorchamiento u hormigueo, y la afasia, alteración del lenguaje. Ésta puede consistir en una dificultad para articular las palabras (disartria) o que el paciente emita un lenguaje bien pronunciado pero en el que se confundan las sílabas de una palabra, se cambien unas palabras por otras, o se utilice un lenguaje totalmente incoherente o incomprensible (afasia). En ocasiones, el paciente afásico aparenta hablar con normalidad, pero no entiende las órdenes simples que le dan, como por ejemplo que cierre los ojos o que levante un brazo.

La alteración de la visión puede ser también un síntoma de ictus y, en ocasiones, ser el único síntoma presente. Lo más frecuente en estos casos es la pérdida brusca de visión en un lado del campo visual o la visión doble. La ataxia, pérdida brusca del equilibrio y el vértigo, sensación subjetiva de giro de los objetos, son otros dos síntomas que pueden manifestarse tras un ictus.