En el año 1506, en unos viñedos próximos al Coliseo romano se encontró una impresionante escultura de mármol que representaba a un hombre adulto y a dos jóvenes en plena lucha contra unas gigantescas serpientes. Aquel descubrimiento hacía emerger una de las obras maestras del arte griego, como certificó en su informe al Papa Julio II el gran Miguel Ángel Bounarroti. Sin lugar a dudas, se trataba de la más famosa de todas las esculturas de la antigüedad. Representaba a la lucha mortal del sacerdote Laocoonte y de sus dos hijos contra las serpientes.

Laooconte, según relata Virgilio en la Eneida, era el sacerdote troyano que intentó de persuadir a su dirigentes de que el caballo que los griegos habían dejado en la playa se trataba de una argucia más en su intento de conquista de la ciudad-estado de Troya.

Él fue quien, en la obra de Virgilio, pronunció la célebre frase “Timeo danaos et dona ferentes” (Desconfío de los dánaos -griegos- incluso cuando traen regalos). Laocoonte sugirió quemar el equino por creer que en su interior había tropas aqueas pero los troyanos no le hicieron caso. En su vehemente intento por desenmascarar la trampa, trató de quemar el caballo de madera, arrojando lanzas y palos en llamas contra el mismo. En ese acto de defensa, la epopeya cuenta que Atenea, diosa urdidora del engaño, hizo emerger de los mares a dos grandes serpientes que devoraron a Laocoonte y a sus dos hijos. 

Volviendo a la escultura encontrada, la obra de arte se hallaba en magníficas condiciones pero a la misma le faltaban los brazos derechos de los tres hombres y las cabezas de las serpientes. Ante estos vacíos, el Papa, prócer cultural amén de cabeza de la iglesia, encargó a grandes artistas de la época que cincelaran los miembros perdidos y con ellos se completara la escena del mito. 

El genial Miguel Ángel sugirió que el brazo que le faltaba a Laocoonte debía doblarse hacia atrás, como si el sacerdote troyano intentara arrancarse la serpiente de la espalda en un gesto de resistencia última. Pero su idea no prosperó y el Vaticano declaró ganador al arquitecto y escultor Jacopo Sansovino, cuya versión con el brazo extendido coincidía con la visión propiciada por el también pintor renacentista Rafael. Una extremidad con tal gesto simbolizaría según el artista reconstructor la victoria del bien frente al mal. 

La estatua fue reparada en 1532 con un Laocoonte con el brazo derecho extendido. Pero, avatares de la historia, casi quinientos años más tarde, en un taller romano a escasos metros de donde se descubrió la escultura, apareció un antiguo brazo doblado hacia atrás -como había identificado Miguel Ángel-. Dadas las coincidencias de las tallas, de los materiales y estilos, la pieza hallada fue remitida a los museos vaticanos. Y allí el “conservador” de los mismos, intentando evitar la polémica, guardó el brazo en el almacén donde quedó olvidado. El apósito fue finalmente retirado en 1957 y en su lugar se colocó el brazo original, doblado como había sugerido Miguel Ángel. 

La historia de Laocoonte, su escultura daría mucho más de sí. La extremidad aparecida a principios del pasado siglo fue recuperada por un anticuario judío -Ludwig Pollak-. Un estudioso del arte que, pudiendo haberla vendido por una importante suma de dinero, la donó gratuitamente al Vaticano. Pollak, cuestionado entonces por su altruista contribución indicó que la ilusión de su vida era poder seguir leyendo a Goethe. “Mientras pueda hacerlo, estaré feliz y a salvo”. No fue así. Acabó junto a su mujer y su hija en un horno crematorio en Auschwitz. Devorados por las serpientes de nazismo. Pero esa, es otra historia.

Laocoonte se atrevió a denunciar el peligro que se escondía tras el caballo de Troya. El trampantojo era una estratagema para que los troyanos bajaran la guardia y poderlos derrotar sin resistencia.

En los tiempos que vivimos también hay estrategias que disfrazan la realidad para evitar el rechazo social. 

Lleva ya un tiempo la izquierda abertzale histórica haciendo un notable ejercicio por renovar sus vestiduras y su imagen exterior. Y la transformación de crisálida a mariposa está resultando exitosa. La antigua Batasuna -reconvertida en mil y un nominaciones distintas- ha contado para su acierto de hoy con factores determinantes. El primero de ellos, la certera definición de un plan de aggiornamento que ha ido suavizando los contornos bruscos de su imagen. Desde la apariencia exterior hasta el discurso. Un perfilado global asumido disciplinadamente y puesto en escena sin que exista reacción interna que evidencie incomodidad.

El segundo factor es el componente “tiempo”. El tiempo pasa rápido y el recuerdo de un pasado oscuro se desvanece en beneficio de una “nueva oportunidad”. Es como si, para muchos, lo ocurrido y protagonizado en el pasado estuviera olvidado. Como si la opción que hoy representa EH Bildu partiera de cero, de una nueva casilla de salida sin historia ni cuentas que saldar.

El tercer elemento que ha favorecido esta metamorfosis ha sido el blanqueamiento que algunos de los rivales tradicionales de la izquierda independentista han posibilitado. El responsable principal de todo ello ha sido, básicamente, Pedro Sánchez. El inquilino de La Moncloa ha permitido y favorecido rehabilitar el prestigio y la consideración de EH Bildu llevando a esta formación a remansar su sigla en el terreno de la normalidad democrática. Sus negociaciones, acuerdos, sus fotos. Todo ha servido para un blanqueamiento incontestable. Y quien en sentido contrario ha pretendido romper el hechizo siempre ha pecado de la exageración y del inestimable argumento de sacar a pasear el terrorismo cuando no la manipulación de sus víctimas, generando un efecto boomerang que ha hecho todo lo contrario a lo que pretendía. 

Así nos encontramos con una nueva izquierda abertzale. Nueva, sí. Sin tacha ni reproche. Una “nueva mirada”. Una formación sin pasado. Ni presente. Solo “futuro”. La “ambición” de “un cambio de ciclo”.

Una alternativa “fresca”, sin estridencias, y con un discurso indefinido, etéreo, neutro, sin matices. Su candidato a lehendakari exprime al máximo tal indeterminación. Expresa su voluntad por cambiar la sanidad, la educación, la vivienda… Pero, ¿cómo? Esa es la pregunta que nunca obtiene respuesta. EH Bildu no lo necesita. Concretar supondría meterse en charcos y no pretende marcharse los zapatos en esta campaña. Los tienen limpios y así deberán estar hasta el día 21. 

Otxandiano es un dechado de buenas voluntades. Más transparencia, más cercanía, más escucha, más presupuesto, más empleo público. Y eso, ¿cuánto cuesta y quién lo paga? No. No hay memoria. Ni económica ni de otro tipo. Solo un “nuevo ciclo”.

Rebatir sus propuestas resultará difícil. Lo que no se explicita es difícil de refutar. Solo cuando se produce un desliz y se matiza una oferta (su voluntad de eliminar la deducción por compra de vivienda en el IRPF), se permite un contraste. Pero cuando lo dicho se somete a examen y se reclama que expliquen tal medida a los 330.000 afectados por su plan, dan marcha atrás y reconocen “que quizá la idea no estaba suficientemente pensada”. Por eso es más fácil hablar de generalidades. “Incrementar un 10% el personal en atención primaria”. ¿Por qué un 10%? ¿Por qué no un 20% o un30%? ¿Bajo qué criterios?

No cabe duda de que detrás de todo el escaparate electoral que hoy exhibe la izquierda abertzale existe un programa oculto que no dudarán en poner en práctica si las urnas les sonríen y le dan la opción de gobernar. Sí, un programa oculto que en ocasiones brota a la superficie con acciones esporádicas como la “okupación” de viviendas en Donostia o la proliferación de colectivos pancarteros delante de las instituciones vociferando reivindicaciones imposibles.

Me gustaría conocer cual es el nuevo modelo policial que dice Otxandiano que aplicará para transformar la Ertzaintza “de arriba-abajo”. ¿Un modelo policial sin policías? Estaría bien saberlo. 

Queda menos de un mes para que los colegios electorales acojan los votos que marquen la representación institucional de este país en los próximos años. Apenas treinta días para que cada formación política trate de ganar la confianza de la ciudadanía. Unos, con un programa contrastado que busca seguridad, bienestar y mejora. Otros, intentando seducir al electorado huyendo del pasado y tratando de esconder su programa oculto con ropajes de frescura y novedad. Certidumbre versus aventura. Laocoonte, el caballo de Troya y las serpientes.