AL escribir esta reflexión, un mes y una semana después de las elecciones del 10-N, se desconoce aún si el esfuerzo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias por configurar un gobierno de izquierda va a tener éxito. Solo parece que haya una alternativa para que sea posible desde los 158 diputados que suman PSOE, Podemos y Más País: el apoyo por activa (voto afirmativo), o pasiva (abstención) de ERC y PNV y probablemente también de Bildu y BNG.

Las otras dos posibilidades tendrían consecuencias demoledoras para la izquierda y para las capas populares a medio y largo plazo. La primera sería la implicación de la derecha extrema en un gobierno del PSOE, que en buena lógica exigiría fuera en minoría. Eso llevaría a una situación de inestabilidad, de dura confrontación entre las izquierdas estatales y periféricas, con su consecuente debilitamiento, en especial del socialismo que sufriría el desgaste de la sensación de traición en su base social. Ese gobierno duraría justo hasta que las encuestas consolidaran un vuelco. En ese instante, esa derecha extrema dejaría caer el gobierno para arrasar en unas nuevas elecciones y acceder al gobierno. La duración no sobrepasaría el año de mandato para Pedro Sánchez. La otra alternativa sería ir a unas nuevas elecciones anticipadas que con toda probabilidad darían la victoria a la suma de las tres derechas, lo que tendría las mismas consecuencias que la anterior pero bastante antes.

Visto el panorama así, a las izquierdas de ámbito estatal, PSOE y Podemos, no les queda otra opción que conseguir añadir a su pacto al resto de las izquierdas periféricas, más un partido centrista y pragmático como el PNV.

El terreno está ya sembrado después de las primeras conversaciones-negociaciones entre socialistas y ERC. Esta vez, la larga sombra de los respectivos jefes, Pedro Sánchez y Oriol Junqueras, planea sobre los equipos negociadores, en los que resulta relevante la ausencia de la anterior protagonista por parte de los socialistas, Carmen Calvo. ¿Qué puede significar su sustitución por Adriana Lastra? Probablemente, que esta vez la cosa va en serio, que Sánchez quiere llegar a acuerdos, ya que Lastra se ha significado durante los últimos meses como una firme defensora de un gobierno de izquierdas con el apoyo de ERC y PNV.

Esta opción está tropezando con fuertes presiones y resistencias desde dentro y fuera del PSOE. Dentro, ciertos barones, especialmente los presidentes de Aragón, Javier Lambán, y de Castilla la Mancha, Emiliano García-Page, más toda una recua de antiguos dirigentes caducos, desde Felipe González, a Alfonso Guerra pasando por la parte más derechosa y casposa del partido, como Joaquín Leguina, o Francisco Vázquez. Y resulta curioso que gentes que ejercieron el poder con mano de hierro, no permitiendo ni una sola disidencia durante su mandato, ahora se alcen frente una decisión que, conviene recordar, fue tomada casi por aclamación en la reciente consulta entre las bases, en la que obtuvo nada menos que un 97 % de votos favorables.

Pero no son las únicas presiones que se están sufriendo en esta parte de la orilla, porque el Ibex 35, los grandes bancos, la patronal y los poderes fácticos internos y externos están utilizando todas sus armas, especialmente las mediáticas, para intentar obstaculizar el éxito de las negociaciones.

En la otra orilla también sufren la presión de los detractores, de quienes insensatamente, como el habitante de Waterloo, consideran que "cuanto peor, mejor". Que incluso con una derecha radical en el gobierno de España sería más fácil conseguir esa quimera de la República de Catalunya. Solo le falta a Carles Puigdemont pronunciar las célebres palabras de Churchill durante la Segunda Guerra Mundial exigiendo a sus ciudadanos "sangre, sudor y lágrimas". Y se equivoca, porque lo normal es que cuanto peor sea peor.

La situación en esa orilla catalana es también compleja, con un calendario de nuevo diabólico. En el ámbito de la antigua Convergencia, las aguas bajan revueltas. Existe un sector de su militancia y de dirigentes de la antigua formación que comienzan a considerar a Puigdemont y Torra como un lastre que les lleva a un callejón sin salida. Las últimas reuniones internas se están saldando con tensiones cada vez más evidentes y no se puede descartar nada en estas circunstancias.

Comienzan a temer que el posible pacto PSOE-Podemos-ERC les acabe alejando del poder si en las próximas elecciones autonómicas en Catalunya los números le salen a ese tripartito. No parece descartable que sea así con un cada vez más sólido Pere Aragonés al frente del mismo. Por esa razón utilizan el fantasma del Tsunami Democratic para intentar torpedear cualquier intento de acuerdo. Todo este panorama nos lleva a una reflexión final: este país se va a tener que enfrentar en los próximos años a tres retos -más otro a nivel global, el del cambio climático- fundamentales:

Por un lado, consolidar un gobierno de las izquierdas que trabaje por recuperar el Estado del Bienestar debilitado por la crisis desde 2008. Un trabajo ingente que fortalezca el sector público, la educación, salud, servicios sociales, más una mejora en el empleo, no sólo en cuanto al número sino también respecto a la calidad del mismo.

El segundo reto será hacer frente a la crisis, o minicrisis, que anuncian que nos viene, y demostrar que con un gobierno de izquierdas se puede afrontar mejor que como lo huizo la derecha, especialmente para las capas más desfavorecidas de la sociedad y también para la machacada clase media.

Tercero y último, quizás el más difícil. Que al igual que José Luis Rodríguez Zapatero consiguió que su mandato nos trajera la paz, o al menos que dejara construida y lista la pista de aterrizaje para la misma, ésta sea la legislatura que solucione las viejas tensiones centro-periferia heredadas de la Transición.

Que al final de la legislatura, al Estado español, parodiando a Alfonso Guerra, "no lo conozca ni la madre que le parió". Que al menos construyamos las bases para conducirlo a un Estado Federal Plurinacional desde la consideración de que somos una nación de naciones. Construyendo un sólido edificio, una "casa común", donde todas y todos, vascos, catalanes, gallegos, o madrileños, nos encontremos cómodos. ¿Es un reto ambicioso? Por supuesto, especialmente con la correlación de fuerzas que tenemos. Pero ahora que tanto se critica a la clase política actual recordando con añoranza a la que tuvimos la suerte de tener durante la Transición, sería una manera perfecta de reivindicarse y pasar a la historia como gentes sólidas y de principios que en un momento difícil fueron capaces, desde la valentía, la audacia y la generosidad, de solucionar los problemas.

Antes necesitamos resolver algunas incógnitas. ¿Tendremos en este periodo el Pedro Sánchez que resultó victorioso en sus segundas primarias o el que pactó con Ciudadanos y miraba constantemente al PP? ¿Estará el Pablo Iglesias sensato y generoso de las últimas semanas o el prepotente de hace unos meses? ¿Volverán los Junqueras y Rufián que coincidían con Tardá en que no debía permitirse el acceso al poder de la derecha y para ello se debía apoyar a Sánchez o los de los últimos días que acobardados por JuntsPerCat se muestran reacios a hacerlo? ¿Aparecerá el Otegi más sensato y pragmático, o el mesiánico y trasnochado?

De las respuestas a estas preguntas depende el futuro del país, de los países que conforman esta bella, rica y plural nación de naciones. España, Euskadi, Catalunya necesitan un gobierno sustentado por las izquierdas, las estatales y también las periféricas.