LOS diputados británicos no tendrán ninguna actividad parlamentaria hasta el próximo 14 de octubre. La medida supone no tener que rendir cuentas a nadie y los eurófobos tendrán una clara ventaja política. El gobierno británico, débil y dividido, intenta construir estrategias para evitar la obligación legal de buscar un acuerdo sobre el Brexit. La tempestad política se lleva por delante a John Bercow, el reconocido Speaker de la Cámara de los Comunes, conservador e inquebrantable en el desempeño de sus tareas. Pocos dudan de que el pasado lunes 9 fue un día triste para la democracia. Otros recuerdan que en 1649, el entonces monarca, Charles I, fue decapitado en Londres por su desprecio a las resoluciones del Parlamento.

Expulsados del Partido. Al más excéntrico de los parlamentarios británicos el Brexit no le quita el sueño. La siesta, esa relajante costumbre ancestral que los pueblos del norte de Europa critican como símbolo de indolencia y poco amor al trabajo cultivada por las gentes del sur, fue adoptada recientemente por el honorable parlamentario inglés y actual líder de la Cámara, Jacob Rees-Mogg, uno de los más furibundos antieuropeistas de Westminster conocido ahora como “el bello durmiente”. Arrullado por los gritos de sus compañeros de la Cámara en otro duro debate sobre el Brexit, su señoría decidió tomar la posición horizontal y desparramar su nada despreciable longitud de 1,90 metros y el paño de su inconfundible traje cruzado sobre la bancada verde-carruaje del Parlamento. Apasionado del criquet, Rees-Mogg duerme siempre, a decir de sus compañeros, con impolutos pijamas blancos. Esta vez, no. Finalmente, el parlamentario conservador despertó y comenzó su pesadilla. Cuando todo indicaba que la oposición estaba sobre la lona, las últimas sesiones del Parlamento más antiguo del mundo han dado la vuelta a las cartas.

Lo único que ha conseguido Johnson hasta ahora es fracturar su partido como no lo habían hecho ninguno de sus antecesores. Nombres como Kenneth Clarke, Philip Hammond y Nicholas Soames, nieto de Winston Churchill, santo y seña del Partido Conservador, han sido despedidos por el nuevo líder. Su propio hermano, Jo Johnson, ha dimitido en desacuerdo con las directrices políticas.

cErcanía a Trump Boris Johnson es al Partido Conservador lo que Donald Trump al Partido Republicano. Los dos son elementos extraños a sus organizaciones a lo que añaden un desprecio descomunal por su historia y tradición. El mensaje del actual líder encaja más con el neoliberalismo de su colega estadounidense que con la ideología conservadora británica, no exenta deretórica humanista. Su principal asesor político hasta ahora, Dominic Cummings, es un tipo malencarado, malhablado y peor vestido, cualidades poco apreciadas por los conservadores. Más serio es aún el desprecio que Cummings siente por una gran mayoría de los políticos del partido al que sirve y a quienes no ahorra epítetos sonoros e hirientes. Al igual que el anterior gurú de Trump, Steven Bannon, Cummings cree levitar sobre los demás.

La última en despedirse ha sido Amber Rudd, exministra del Interior, que en su carta de dimisión ha acusado a Johnson de “vandalismo político” y de “despojar al partido de conservadores tolerantes y dedicados”. Pocos apuestan porque Amber Rudd sea la última en despedirse.

En una escena claramente surrealista, pero no ajena a Westminster, el parlamentario Phillip Lee anunció que abandonaba el Partido Conservador y lo escenificó levantándose de su asiento y cruzando la Cámara hasta la bancada de los liberal-demócratas para sentarse entre ellos. Los cómicos de Monty Python no lo hubieran teatralizado mejor. La consecuencia no es baladí: la deserción de Lee supone la pérdida de la mayoría absoluta en el Parlamento. Otro golpe en la mandíbula del líder.

Boris Johnson es un tipo persistente y no parece dispuesto a echar la toalla sin combatir hasta el final. Según él y su círculo de eurófobos, todo intento de frenar sus planes para una salida sin acuerdo de la Unión Europea es rendirse al enemigo de Bruselas. En lo que sí tiene razón el ahora primer ministro británico es que negociar con un partido y un parlamento fuertemente dividido es como sacar la bandera blanca. “Preferiría estar muerto en una zanja a pedir una prórroga a la Unión Europea” han sido sus clarificadoras palabras.

Es difícil tomar en serio a un individuo que entra en cualquier lugar como un elefante en una cacharrería. Ahora ha apostado toda su carrera a una sola baza: presentarse como la opción del pueblo frente a las élites. Mayor ejercicio de cinismo es casi imposible. Para ello reclama elecciones y sacar al Reino Unido de la dictadura europea. En este terreno compite con Nigel Farage, líder del Partido del Brexit con exiguo predicamento entre galeses, escoceses y norirlandeses.

Elecciones adelantadas El golpe de Johnson al centrismo político de una parte considerable del Partido Conservador es muy serio. Además, el país está sumido en la división y las calles de las principales ciudades empiezan a ser testigos de los enfrentamientos entre los favorables al Brexit y los que se oponen a él.

El gobierno ha perdido por dos veces la moción para adelantar las elecciones al no tener el apoyo de los dos tercios necesarios Por si esto fuera poco Johnson acaba de recibir un serio revés judicial. El Tribunal de Apelación de Escocia ha declarado recientemente “ilegal” la decisión de suspender el Parlamento en periodo previo a la salida de la Unión Europea. Los tres jueces que componen la Corte de Apelación de mayor rango de Escocia revocan así una decisión anterior, emitida a principios de septiembre, que sostenía la legalidad del cierre. Ahora será el Tribunal Supremo el que tenga la última palabra sobre el cierre de Westminster. La oposición laborista y los nacionalistas escoceses del SNP han exigido la reapertura inmediata de la Cámara. El Tribunal Supremo del Reino Unido se reunirá de urgencia con el fin de estudiar las demandas planteadas contra la suspensión en Edimburgo, Belfast y Londres.

Pero las últimas derrotas de Johnson no significan que haya perdido el combate. Al Brexit le quedan todavía muchos asaltos. Jeremy Corbyn, líder de la oposición cuestionaba también la legalidad del cierre del Parlamento y lo tachaba de “vergonzoso”. Corbyn no quiere unas elecciones adelantadas, no tiene tiempo material para prepararlas y menos ahora con el cierre de Westminster.

Los diputados no volverán a ocupar sus asientos hasta el 14 de octubre, todo ello condicionado a la resolución del Tribunal Supremo. Mientras tanto, es previsible que Johnson intente ganarse a la opinión pública, aunque ya no podrá convocar a las urnas el 15 de octubre. Tampoco podrá sacar al Reino Unido de la Unión Europea el mismo 31 de octubre como había prometido. Y esta será una gran decepción para su electorado.

A diferencia de Charles I en 1649, Johnson no perderá su cabeza en el cadalso por hacer caso omiso al Parlamento, pero el futuro del Partido Conservador y su propia carrera política empiezan a estar seriamente en juego.