CUÁNDO la evolución humana comenzó a ser regresiva, contradiciendo el sentido positivo que tuvo durante siglos? Todo se torció al perder el control de las cosas, en el momento en que el poder volvió a concentrarse en pocas manos rompiéndose el difícil equilibrio alcanzado y cuando la ética fue apartada del desarrollo como un estorbo. Casi todas las ilusiones que tuvimos se han desvanecido y la democracia está amenazada. Sí, estamos desencantados del progreso que nos prometimos, no porque echemos de menos el pasado -eso sería la enfermedad de la nostalgia-, sino porque lo que ya está aquí y lo que se avecina empeoran nuestra situación, tanto a escala local como en lo global. Las expectativas no son buenas y ya estoy arrepentido del futuro. ¿Acaso pueden mover al optimismo estas cuatro calamidades reales?

La GLOBALIZACIÓN TIENE TRAMPA Demasiada fe en la tecnología, como la nueva divinidad,confiando que nos sacaría de pobres y siervos. Esta ha sido una de las grandes ingenuidades de la comunidad humana, fiarlo todo a los prodigios técnicos y científicos una vez liberados del yugo de la religión. De una tiranía burda hemos transitado a una nueva esclavitud, más sutil y no menos indiscutible que la eclesiástica en su apogeo. Y ocurre que esa alucinante tecnología, sobre todo la referida a la comunicación, está siendo utilizada alevosamente como instrumento de observación y seguimiento de nuestras vidas. Los bienes tecnológicos carecen de autonomía, de manera que son sus propietarios y gestores -y los poderes públicos- quienes han sistematizado su uso contra nuestros derechos. Es una cruel paradoja: en la época en la que, al menos en teoría, somos más libres e independientes, estamos más controlados que nunca. Lo saben todo, absolutamente todo de cada uno de nosotros y conocen lo que hacemos en tiempo real. Es imposible la libertad si nuestras vidas están bajo la lupa.

La trampa la puso la globalización al convencernos de que traía la utopía de la universalización y el fin de lo cerrado en aras de un mundo abierto. En realidad, se trataba de una ampliación salvaje del mercado, el económico, porque conllevaba el aprovechamiento de las necesidades de los países pobres para hacer más ricos a los gigantes del capitalismo y aumentar las desigualdades locales e internacionales. El resultado es que hay una parte del planeta que trabaja esclavizada para la otra y que el empleo de los países ricos compite en desigualdad con el de las naciones pobres bajo regímenes totalitarios. Sin un sistema común de derechos en todo el orbe es imposible una mundialización auténtica.

A la globalización le llamaban oportunidad. No, no lo es. Es un mensaje falso debidamente desfigurado con la fuerza de las autopistas de la comunicación. ¡Cómo nos gusta pasearnos virtualmente por Internet sin percatarnos de que es una feria de muestras, un inmenso parque de atracciones! A eso se reduce la presunta densidad de la aventura global, a la diversión necia de las redes sociales y la febril posesión de juguetes tecnológicos avanzados. De ahí que en gran medida el imaginario éxito de la globalización lo sostengamos los ciudadanos con la masiva adhesión a la comunicación en red, de escasos beneficios generales y amplias ganancias particulares.

¿Cómo podremos salvarnos de este nuevo despotismo ilustrado? No cabe esperar a un Robin Hood que nos libere, ni que los poderes públicos construyan, mediante formación y legislación, una barrera de radicalismo democrático y protección de las libertades. A los gobiernos les interesa mucho esta herramienta global. La única posibilidad surgirá de la conciencia individual y social y de que la ciudadanía de los cinco continentes organice la defensa de su libertad e identidad. Y no lo veo y me arrepiento del futuro que soñé.

EL CREPÚSCULO DE LOS LIDERAZGOS Al mismo tiempo que la gente vive distraída en el jardín de infancia de la globalización, que nos hace más vulnerables que nunca, el mundo se dota de los liderazgos más peligrosos. ¿Cómo entender que el país más avanzado esté al mando de un estúpido, tuitero compulsivo? En el Reino Unido, enloquecido por el narcótico del Brexit, acaban de situar al frente a un histrión que emula a Trump en lo peor. En Italia se encierran con Salvini y la xenofobia. En Brasil eligen a Bolsonaro para acentuar las desigualdades y el miedo. En media Europa está bien visto blindar fronteras. Y en el Estado español, despistado en su crisis existencial, sacan en procesión electoral a Don Pelayo para una delirante reconquista.

No hay posibilidad de acción democrática efectiva sin liderazgos. Hemos denostado tanto a los dirigentes en todos los ámbitos que hemos dejado el paso libre a una generación de oportunistas, ignorantes y descarados, forjados en el espectáculo de la televisión, para que dirijan las sociedades hacia el exterminio mediante la sentimentalización de los designios. Nos hacían falta los líderes cabales y visionarios; pero en su lugar hay actores, humoristas y fracasados.

La VERDAD SE COMPLICA ¡Qué difícil se ha puesto conocer la verdad! Y con qué facilidad se dan por auténticas las informaciones que se publican. Cuando más necesidad teníamos, por pura supervivencia, del escepticismo y la duda, más extensiva se han hecho la ingenuidad y la credulidad. El mundo ha aprendido a mentir con un poco de rudimentaria retórica y bastante desvergüenza. No le llamen marketing, por favor, cuyo espíritu contiene más ética y respeto que esta experiencia de falsificación en que se ha convertido la información y la comunicación social.

Quede claro que las noticias falsas y la posverdad ya existían bajo otros nombres desde tiempo inmemorial. Mentir y manipular son tan antiguos como la superficie de la tierra. La diferencia es que ahora los embustes y las deformaciones son globales e inmediatas. Se han multiplicado las fuentes y todos nos hemos convertido en emisores a la par que receptores sin filtro. Desprendidos del parapeto de la desconfianza y carentes de criterio somos presa fácil de un festival de informaciones burdas donde la prensa profesional es la principal víctima. Los dirigentes políticos y las autoridades, que deberían dar ejemplo de veracidad, son activistas de la posverdad. La nobleza de las emociones, el otro lado de nuestra dualidad humana, se transforma en arma de infección pública, porque es más importante el poder deseable que la razón que lo respalde. Lo virtual es más verosímil que lo real, este es el nivel logrado.

EL PLANETA SE MUERE Y si la casa, además de revuelta y desquiciada, está en llamas, ¿qué clase de esperanza se puede albergar? La negación del cambio climático es lo habitual en las conversaciones privadas, donde se trivializa esta tragedia; y aun peor entre los dirigentes mundiales, como Trump. Si la política medioambiental no es la prioridad internacional es que no solo se ha perdido la autoestima colectiva, sino que, además, se ha instalado un propósito suicida que nos llevará, en dos o tres generaciones, a la extinción de la vida tal y como la hemos conocido.

La Declaración sobre Emergencia Climática, realizada por el Gobierno vasco del lehendakari Urkullu hace unos días, que sitúa la lucha contra el cambio climático como objetivo central de Euskadi, es de esas cosas que satisfacen en lo más hondo. Podemos hacer mucho para que en la medida de este pequeño pueblo se corrijan los destrozos sobre la tierra, el agua, el aire y nuestra riqueza natural, comprometiendo a las administraciones, las empresas y la ciudadanía. Sin embargo, de poco servirá nuestra epopeya si el resto de los habitantes de la casa no hacen lo mismo y ponen coto a las fuentes de energía que nos están matando. Somos una habitación diminuta en el conjunto del hogar humano. Una vez creímos que había una expectativa digna, culta y libre para la humanidad y que las personas tomaban el mando de sus vidas, sin tutelas; pero fuimos muy incautos. Nunca como ahora tuvimos tantos motivos para la rebelión.