PRIMERO fueron las llamadas al cataclismo si no ganaban los suyos. Los “suyos” ganaron en algunos sitios; en otros, no. En ocasiones, lo que obtienen no es suficiente y si quieren gobernar deben encontrar a los aliados entre los que no son igual que ellos. El tiempo político ha hecho todo difícil; se han incrementado significativamente el número de partidos y se difuminan las glorias asociadas al bipartidismo.

Es un nuevo hallazgo: cinco partidos sobre suelo hispano: PSOE, Podemos, CS, PP y ahora Vox, más los referentes vascos, catalanes y canarios, sustituyen al bipartidismo funcional que en cuarenta años de existencia no había tenido que negociar nunca con nadie para ocupar el gobierno del Estado. Obtenían la mayoría absoluta o se quedaban cerca, bastaban pactos menores para trabajar con mayorías suficientes. Es el sistema político funcional que permite ejercer el mando y el poder gubernamental, pero no hace necesario ensayar otras fórmulas que partan de la cultura política del pluralismo.

El denominado “régimen de la transición” sufre el envite significativo cuando la derecha y la izquierda española son representadas por tres y dos partidos que levantan el dedo y dicen: nosotros también somos y queremos estar. El aval de millones de votantes a la fórmula expresa el punto y final de la estructura del bipartidismo de la transición. Las pretensiones de los nuevos y los viejos son claras y nítidas: gobernar comunidades autónomas, ayuntamientos y, a ser posible el gobierno central, guiados con la nueva épica de lo que significa ser: sea con la denominación de derecha liberal, ultraderecha, centro derecha o derecha a secas. La primera operación de calado para alcanzar el objetivo era hacerse con la plaza fuerte del socialismo español: Andalucía.

Tocar poder y formar gobierno demuestra que la nueva fórmula para la derecha es pragmática y funcional: puede funcionar, pero las formas que siguen para establecerse en la sede andaluza son nuevas ¿Por qué lo expreso de esta manera? Se forma el gobierno escribiendo una nueva novela digna de la picaresca política europea. Resulta que uno de los socios necesarios: Ciudadanos, busca la homologación en Europa y ha hecho nuevas amistades, sobre todo, con el presidente de Francia, Emmanuel Macron y su partido liberal. Dice que querer gobernar: sí pero no con Vox, partido tildado de ultraderecha e inadecuado para la homologación europea.

La afirmación que crean construye el sistema de ecuaciones que en política no son fáciles de resolver: el hecho capital es que se quiere gobernar en alianza con el PP, pero el número de escaños de ambos partidos indican que con la suma de los dos no llegan y, en consecuencia, dos no hacen gobierno, necesitan un tercero. El tercero en discordia es Vox, pero la fuerza nacida en los espacios a la derecha del PP se arroga el lugar de la ultraderecha y, a los ojos de C’s, y para los efectos que buscan -gobernar y ser homologados en Europa- atar alianzas con la ultraderecha no es posible. A los arrojados miembros del C’s eso no les echa para atrás y ¿qué dicen? Qué hable el PP con ellos, les decimos lo que vamos a hacer y que nos voten; no es necesario que nos juguemos la homologación europea si el PP ya hace ese trabajo. El resultado es que están en el poder con los votos de Vox, sin firmar nada con ellos y sin reconocer que hayan llegado a acuerdos de diferente índole.

La situación es grotesca, necesitas y tomas los votos que quieres, pero no puedes decir que los quieres directamente ni alcanzarlos mediante acuerdos y alianzas claras, transparentes y abiertas por que los rechazas (ah, ah?. la homologación y el liberalismo). La audacia política de Ciudadanos tiene un muro difícil de saltar: los necesarios votos de la ultraderecha y los de su enemigo natural en el espacio de la derecha ubicua: el PP. Pero mientras se imponen como obligación no hablar con Vox, no discutir sobre programas y no llegar con ese partido a acuerdo alguno, sí gobernar con sus votos y con su influencia en el cogote y la presencia necesaria para sacar adelante las leyes o los presupuestos.

En el caso de la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid se riza el rizo a esta situación: sólo pueden gobernar con el PP y Vox, pero no pueden decir que sólo pueden hacerlo con el poder con los votos de la formación de ultraderecha. Más elementos grotescos; se forman acuerdos que no se reconocen o se ignoran, se insiste en que no se puede hablar con esta fuerza política porque ya se sabe: nada con la ultraderecha, obviando, por supuesto, dos elementos esenciales; los votos para hacerse con el gobierno de la Comunidad y el Ayuntamiento y algunas partes sustanciales del programa de la estigmatizada formación.

Me dirán que no es grotesca y dura la vida política: hay que gestionar los votos y el poder de aquel con el que no se debe estar y con el que no se quiere negociar programas ni asientos, pero ésta fuerza debe -por razones patrióticas y de coyuntura política- entregarle los escaños para que la izquierda no llegue al poder. Hay una parte de la narrativa que sólo una buena novela picaresca puede desarrollar. Pero sí, ciertamente, el orden político se transforma en burla del sistema político sobre sí mismo, fuera de los canales de legitimidad, confianza y respetabilidad exigidos para estar en esta profesión. La política y los políticos transfieren a la política e hipotéticamente a los ciudadanos las vicisitudes del sistema de incógnitas con el que no saben trabajar.

La cultura del pacto es una manera de acercarse al otro, no para arrebatarle lo que tiene con juegos florales o desconsideraciones de uno u otro tipo, sino con argumentos claros, transparentes, respetables y eficaces. Reconocer al otro tal como es y si las discrepancias son obvias e insalvables, abandonar el territorio del acuerdo porque la decencia pública, la legitimidad del cargo y el respeto hacia uno mismo es una condición muy valorada, es lo que tienes. Dice R. Sennett en el texto El Respeto, “en el conjunto de la sociedad, el respeto por uno mismo no sólo depende del nivel económico, sino también de la manera en que se logra”. Forjar acuerdos es también crear respeto, cuando se abandonan los caminos sagrados del respeto propio, los ajenos tienden a verte como alguien sin vocación, oscuro y poco de fiar. En la política no vale todo y cuando se abandonan los caminos del respeto construido aparecen muchos vacíos y falta de credibilidad. No es fácil que se comprenda que la confianza es una pugna diaria, nunca se alcanza del todo y siempre se puede perder. La confianza tiene reglas y normas; faltar al respeto a las mismas significa disolver en el mar de dudas lo que deben ser principios que iluminan la praxis política, al pluralismo de voces le corresponde pluralismo de acciones. Si se acaba el sistema bipartidista, por qué continuar con la política de pactos que sigue esa lógica y no aceptar que los gobiernos van a tener que ser con dos, tres o cuatro partidos; Navarra, por ejemplo.

Es paradójico que sea en los lugares que han ensayado con fortuna -algunos ayuntamientos y comunidades autónomas- gobiernos amplios de coalición donde se han erigido estas fórmulas, sin dificultades catastróficas que se conozcan, de practicar la nueva realidad de la política plural. No hay salida razonable al juego de alianzas si se ignora la base política de la que partir. Si ningún partido tiene mayorías holgadas y la suma de dos no hacen mayoría, quizá sí tres o cuatro fuerzas. Éste es el nuevo campo de juego y desde aquí es como se podrá explotar nuevas formas de racionalidad política y gobiernos, quizá más complejos y menos fáciles de gestionar, pero los tiempos no están para quedarse parados en argumentos simples porque la complejidad está aquí y ha venido para quedarse. El logro de la política es recuperar su esencia, su sustancia, no abandonarla a su suerte para un mal uso de soldados de fortuna, que quieren estar y no estar, aparecer y difuminarse y, sobre todo, que no han aprendido que la coherencia y el respeto hacia uno mismo tiene sentido en la vida y también en la política. Mientras tanto, las decisiones estratégicas sobre cómo tiene que ser el futuro siguen a la espera, entretenidos en cuestiones de bajo vuelo y rendimientos condenados al fracaso.