SE dice que existen dos miradas diferentes sobre el mundo y los problemas. Una se conduce a través del sentimiento, la otra se cataliza por medio de la observación. En ambos casos, los resultados son diferentes. Para los que sienten, el mundo es una tragedia; para los que lo observan es una comedia.

No me atrevo a afirmar si el Brexit cae del lado de la comedia o de la tragedia, pero sí parece razonable decir que el tema se está convirtiendo en una pesadilla, no solo para los británicos sino también para el resto de los europeos. Si alguien tuviese la disparatada tentación de seguir el día a día de las infinitas negociaciones sobre este tema se encontrará con que no es fácil entender a los británicos y menos aún a sus representantes políticos. Sin embargo, existen algunas razones que ayudan a explicar el laberinto actual.

Gran Bretaña es una isla; a un escaso centenar de kilómetros del continente, pero una isla al fin y al cabo, formada por País de Gales, Escocia e Inglaterra. Junto a Irlanda del Norte, forman el Reino Unido. En su libro, The English: A portrait of a People, Jeremy Paxman, periodista y presentador de la BBC, argumenta que el ser insular ha dado a los británicos un barniz de autoseguridad. No tener vecinos armados a la puerta de tu casa tranquiliza mucho. El mar ha sido la defensa natural y esto se traduce en la configuración urbanística de sus ciudades: no hay ciudades amuralladas en el Reino Unido. El enemigo, real o imaginario, siempre ha venido de fuera. Primero, los vikingos; más tarde, la Armada de Felipe II; luego, Napoleón; y por último, Hitler, quien aunque sentía cierta admiración por ellos no renunció a bombardear sus ciudades.

La Unión Europea, es decir, el continente, siempre les ha sido antipática; más ahora, cuando los alemanes mandan en ella. Europa abre el imaginario de las muchas guerras en las que participaron sus jóvenes, los cementerios centroeuropeos están llenos de soldados británicos. En la I Guerra Mundial, ocho de cada cien jóvenes entre los 18 y 32 años murieron, veinte resultaron heridos.

Hace ya unas décadas, viví en Hogarth Road, una animada calle londinense situada junto a la estación de metro de Earl’s Court. Mi casero era un inglés de carácter beatífico y extremadamente orgulloso de su nacionalidad. “Del continente solo viene el mal tiempo”, repetía como cantinela algunos lluviosos días de verano. Una bala le había dejado huérfano de padre en la Primera Guerra y años más tarde había perdido a su hermano en un bombardeo alemán sobre Londres. Europa no era para él un refugio de seguridad, más bien al contrario.

Nostalgia del Imperio La nostalgia por el antiguo imperio colonial también engarza con el Brexit. Hace 22 años, la última joya de la corona, Hong Kong, pasó a manos de China tras décadas de negociaciones. La época colonial se diluyó después de dos siglos de absoluto dominio. El mundo ha cambiado y los británicos desempeñan en él un papel mucho más modesto que aquel al que estaban acostumbrados. Todavía se escucha el Rule Britannia tras el discurso navideño de la reina y no son pocos los que se emocionan con tan patriótico himno: “Gobierna Britania, gobierna las olas. Los británicos, nunca, nunca, nunca seremos esclavos”. Muchos británicos, aún hoy, estarían más dispuestos a participar en un club de objetivos difusos como la Commonwealth, formada por sus antiguas colonias, que en una Unión Europea según ellos fiscalizadora y amenazante.

Han sido tradicionalmente los gobiernos conservadores los más beligerantes frente a una vinculación estrecha con sus vecinos. Sin embargo, el fervor europeísta del expremier laborista Tony Blair encontró serias resistencias en muchos sectores de la sociedad; entre ellos, los votantes de su propio partido. Una nada despreciable franja de los británicos considera las relaciones con la Unión Europea como una oportunidad para las élites universitarias, al tiempo que una enorme desventaja por el aluvión de inmigrantes que hacen más precarias aún las condiciones laborales de los nativos. Buena parte de los votos del UKIP (Partido para la Independencia del Reino Unido) han salido de la tradicional clase trabajadora que se siente indefensa y engañada por sus antiguos líderes. Quizás esto explique la actitud tan poco entusiasta del actual líder laborista, Jeremy Corbyn, en defensa de la Unión Europea.

La invasión de los continentales La inmigración ha estado y está presente como uno de los factores más fundamentales del Brexit. La palabra “invasión” aparece sin pudor en algunos de los medios de mayor difusión. En 2005, el gobierno previó la llegada de 20.000 ciudadanos polacos. Sus cálculos resultaron erróneos: la cifra se multiplicó por diez. Se dispararon las voces de alarma. Los políticos conservadores y de extrema derecha han rentabilizado, en muchos casos azuzado, la hostilidad de una parte de la población que ve con preocupación cómo los inmigrantes aceptan unas condiciones laborales inferiores a las suyas. La ralentización de la economía británica ha agravado aún más la desconfianza hacia los “nuevos invasores”, una gran parte procedente de los países del Este de Europa.

No hace falta decir que para millones de británicos Europa no representa una amenaza, ni que el resultado del referéndum no fue un masivo apoyo al Brexit. Hubo, es cierto, una información plagada de falsedades que los medios sensacionalistas difundieron con pasión. Existió también la rebelión de aquellos para los que la globalización solo ha supuesto más precarización. Y, finalmente, existió la gran irresponsabilidad de una élite política arrogante que frivolizó con un tema muy grave por motivos meramente electorales.

El Parlamento británico ha rechazado el acuerdo que incluye una unión aduanera con la Unión Europea. Tampoco están a favor de una desconexión menos traumática, estilo noruego, ni tan siquiera en revocar el Brexit si no hay consenso y a someter a referéndum cualquier pacto aprobado por el Parlamento.

A una semana de la fecha para una salida sin acuerdo, lo que comporta innumerables desventajas para ambas partes, es previsible que May pida una segunda prórroga y que la Unión Europea se la conceda. Pero tampoco se puede descartar una convocatoria de elecciones generales -la opción preferida del Partido Laborista- aunque para ello se necesita un plazo más extenso.

Aún no sabemos si será finalmente tragedia o comedia, pero todavía tenemos Brexit para rato. Como se dice en el inglés de la calle: “Keep calm and carry on”.