MUCHAS de las bravuconadas que estoy escuchando estos días me recuerdan la imagen de King-Kong golpeándose el pecho con sus puños en una representación genuina de arrogancia, provocación y testosterona. Con la escena, repetida por diversos actores, es como si Torrente hubiera entrado en campaña. El mejor cameo que en tal sentido se ha prodigado lo protagonizó un Aznar sin bigote pero con la misma altanería con la que le recordamos durante su pasado mandato. “A mí, mirándome a la cara, nadie me habla de derechita cobarde porque no me aguantan la mirada”. Macarra total.

Es la nueva política sin complejos instalada en el Estado. Una tendencia de brocha gorda, descrédito absoluto o hipérbole de garrafón. La antítesis de lo que en cualquier país avanzado se entiende como actividad democrática.

La petición del presidente Manuel López Obrador al rey de España de una disculpa por los agravios de la conquista y colonización de México puede que resulte extemporánea y poco ajustada a las actuales circunstancias. Siendo así, tampoco estaría de más reconocer que, como en cualquier proceso de asimilación y colonización, quienes impusieron su cultura y su forma de vida, cometieron atrocidades condenables y reprobables. No pasaría nada por hacer un análisis crítico del pasado y asumir las consecuencias de aquella ocupación que diezmó a la población indígena con nuevas enfermedades y por la acción violenta de la espada evangelizadora. No creo que sea para llevarse las manos a la cabeza admitir errores pasados que cualquiera, con dos dedos de frente, es capaz de advertir y lamentar. Pero cuando la anécdota se convierte en categoría, se impone la insensatez y la prepotencia insultante.

En esa permanente caricatura en la que se ha convertido Pablo Casado (a quien, al parecer, la lengua le trabaja a mayor velocidad que el pensamiento), el dirigente popular no dudó ni un instante en contestar al presidente mexicano mediante un reto. Así, sacando pecho, anunció que si gana las próximas elecciones “celebrará el próximo año el quinto centenario de la llegada de Hernán Cortés a México”. “No nos vamos a arrepentir de una historia magnífica y que todo el mundo puede admirar”.

Su hasta ahora portavoz en el Congreso, Rafael Hernando, quiso ir más lejos: “Los españoles fuimos allí y acabamos con el poder de tribus que asesinaban con crueldad y saña a sus vecinos, y por eso, unos pocos ayudados por los que eran perseguidos y esclavizados, se conquistó y civilizó esa tierra. Q estudie un poco. ¡Anda ya!”. En resumen, que gracias a los “españoles” se “domesticó” a los “salvajes” autóctonos.

Rivera, el líder de los naranjas fue más parco en palabras. Se quedó en calificar de “mentiroso” al presidente mexicano a quien instó a “ocuparse de los problemas de su país”. Y Abascal se quedó en señalar en Twitter que “contagiado de socialismo indigenista (López Obrador) no entiende que al pedir reparaciones a España en realidad está insultando a Méjico”.

La política española, al menos en lo que respecta a la practicada por la derecha invertebrada y confrontada, se está convirtiendo en una competición en la que se pugna por decir la mayor barbaridad. En esa carrera, Pablo Casado se está convirtiendo en serio aspirante a llevarse el estrellato del disparate. No hay día que pase sin ocurrencia. Aunque superar al lugarteniente de Abascal, el ex boina verde Ortega Smith, va a ser complicado. Ya en su arenga-conferencia pronunciada hace unas semanas en Bruselas se permitió decir a las mujeres presentes en el acto que “sin las Navas de Tolosa, la batalla de Lepanto y sin Carlos V las señoras de esta sala vestirían el burka”.

La evidente apelación al odio no se quedó ahí, ya que, recientemente, en un mitin en Valencia, ha redondeado su majadería al decir que “nuestro enemigo común, el enemigo de Europa, el enemigo del progreso, el enemigo de la democracia, el enemigo de la familia, el enemigo de la vida, el enemigo del futuro se llama la invasión islamista”.

Aún nos quedan muchos días de campaña (todavía ésta no ha empezado) para seguir escuchando estupideces. Cada jornada que transcurre se suman nuevos voluntarios al concurso de irreverencias. El último, Suárez Illana y su vomitiva mezcla entre el aborto y los neandertales. Está claro que la sensatez no se hereda ni va en los genes.

Lo cierto es que el efecto miedo pronosticado en relación a la suma de las tres derechas, empieza a perder fuelle. Por un lado, porque alguien no había tenido en cuenta la realidad de las circunscripciones provinciales y el efecto que la ley D’Hont puede tener en una fragmentación de las propuestas. Los expertos auguran un descalabro de la derecha en su conjunto en el Senado y una significativa pérdida de escaños en el Congreso debido a la dispersión del voto. Quien no sea segunda fuerza en muchas provincias se quedará sin representación parlamentaria y eso puede debilitar, y mucho, al PP de Casado, que de fracasar en su apuesta “renovadora” -ha borrado del mapa electoral cualquier vestigio del marianismo- puede enfrentarse al fin de su carrera política.

La presumible atomización y la pérdida de escaños por la ley D’Hont ha aportado el nerviosismo extremo en las derechas. Al menos en el PP y Ciudadanos, que se enzarzaron en un cruce de propuestas y reproches estériles sobre la necesidad de listas conjuntas sin que fructificara nada sustancial (salvo en Navarra). Los llamamientos de Casado al partido de Abascal para que no se presentara a los comicios en el Senado no fueron tenidos en cuenta por Leónidas y los espartanos. Los de Vox se sienten fuertes. Han conseguido cerrar candidaturas en muchas partes y, probablemente, el resultado que obtengan en las elecciones del 28-A será la gran sorpresa de estos comicios. El nerviosismo del PP, y de sus primos de Rivera, evidencia que se huele en el ambiente que Vox tiene mucho más voto oculto que el que aparece en las encuestas. La aparente vergüenza de una parte del electorado por expresar su preferencia por la propuesta extrema, hace que la estimación directa de posibles votantes sea muy menor a la que finalmente coseche el último domingo de abril. Una previsión que, según mi propio olfato, pudiera estar cercana al 15% de los sufragios. Eso supondría un susto mayúsculo para los populares y, en segunda derivada, para Ciudadanos, que, una vez más, no terminará de encontrar su ventana de oportunidad.

De todas maneras, la suma de las tres formaciones parece no acercarse a la mayoría absoluta necesaria para gobernar. De ahí la percepción de que el efecto miedo comienza a desvanecerse. Y con esta certidumbre vuelve el temor de los socialistas a una desmovilización de sus seguidores. Sánchez había conseguido, apenas sin esfuerzo, fortalecer su base social en la centralidad y en la izquierda. Pero la falta de pulsión de la derecha, la reaparición de Pablo Iglesias en Podemos -que lo sigue teniendo verdaderamente complicado para salir a flote- y los errores propios de los socialistas (Ábalos dando carta de naturaleza a un posible pacto con Ciudadanos) parecen limitar la capacidad de crecimiento del PSOE. De todas maneras, el PSOE, más por errores de sus adversarios que por sus propios aciertos, sigue despuntando como posible ganador indiscutible de los próximos comicios. Cosa distinta será saber si su representación podrá sumar, junto a otras fuerzas, los 176 diputados necesarios para poder investir a Sánchez.

Todavía queda mucho partido que jugar y no hay nada decidido (hasta un 16% de los indecisos que todavía son muchos determinarán su voto en el último momento).

El concurso de los nacionalistas del PNV volverá a ser trascendente para hacer bascular la mayoría necesaria en el Congreso. Las derechas han cometido el grave error de rechazar cualquier posibilidad de acuerdo con el PNV. La zanja abierta con los jeltzales resulta infranqueable aunque el partido de Sabin Etxea haya mantenido viva su tesis de hablar con todos. Para defender los intereses vascos, aquí, en Madrid o en Bruselas, el PNV seguirá practicando el diálogo democrático. También con quienes se prodigan en el exceso y la barbaridad. Cosa diferente será llegar a acuerdos. Y para que eso suceda, la contrapartida es conocida: la agenda vasca. La defensa del autogobierno y la calidad de vida de la ciudadanía vasca y el respeto a la singularidad de Euskadi. El voto del PNV volverá a tener doble valor. El valor protector del espacio vasco y la capacidad de influencia decisoria que su representación ostente. Eficacia frente a ruido. Siempre diferentes.