Las historias del capitán Schettino y el presidente Mazón (¿aún lo es?) se parecen mucho. El 13 de enero de 2012, el crucero Costa Concordia naufragó frente a la isla de Giglio, en aguas toscanas, causando 32 muertos y el siniestro total del buque. Francesco Schettino, contra la dignidad de su rango, abandonó la nave mientras los pasajeros se ahogaban. Con él viajaba de polizona una mujer moldava. Fue sentenciado a 16 años de prisión. El 29 de octubre de 2024, la Comunidad Valenciana sufrió una trágica dana por la que murieron 229 personas y llevó a la ruina a decenas de miles de familias y haciendas. Y mientras la gente se ahogaba, el presidente Carlos Mazón comía y bebía ¡durante cuatro horas! con una periodista en el restaurante El Ventorro, indiferente a las víctimas y eludiendo tomar decisiones urgentes que salvaran vidas. Aún no ha sido procesado por su negligencia criminal y ha tardado más de un año en dimitir -malamente- tras numerosas mentiras y evasivas. Schettino y Mazón son dos cobardes despreciables. Cuando debían estar liderando sus emergencias, huyeron como ratas. Schettino dijo que el choque le arrojó al puerto y Mazón manifestó estar incomunicado. Todo falso. Mazón y Schettino ya son parte de la historia universal de la infamia. Junto a ellos, arrastraron a dos mujeres: Domnica Cemortan en el crucero y Maribel Vilaplana en el restaurante. Pagan la pena de telediario y la ponzoña de las tertulias. El machismo hispano, tan ruin como tóxico, se ha cebado en Vilaplana y, aunque ha gestionado con torpeza su comunicación, no merece este calvario. Schettino sigue en la cárcel. Mazón se librará, arropado por la tribu inmoral de Feijóo y protegido por la justicia española que, como proclamó Juan Carlos de Borbón, es igual para todos. Sabrá él.