Unai Simón, un tipo de una pieza
Hay porteros que nunca se esconden, se lo prohíbe la responsabilidad asociada al puesto que ocupan
La marcha triunfal del Athletic favorece que la reflexión del día después del derbi de Mendizorrotza sea serena. La explicación del porqué un par de puntos se fueron al limbo sale sola adoptando una perspectiva realista. Aplicando una dosis de resignación y dos de comprensión, el cariz del análisis únicamente puede ser benévolo, amable. Simplemente, el equipo no es una “máquina de churros”, como apuntó Valverde. Aunque se entendió lo que quiso decir, bien podría haber escogido otro símil menos ambiguo para resaltar que la pretensión de ganar siempre es una quimera.
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No pasa nada por dejar de sumar de tres en tres, por mucho que a los ojos del espectador medio se tratase de un compromiso asequible. Nadie más consciente de ello que los profesionales y sin embargo no tuvieron el día. Un Alavés limitado, que va cuesta abajo, se les escapó con vida. Lejos del rendimiento habitual, como colectivo e individualmente en la mayoría de los casos, el Athletic no acertó a sentenciar mientras lo tuvo a huevo y luego ya no volvió a coger el hilo, ofreció un fútbol que para su desgracia le equiparó al anfitrión.
En la confianza de que en El Sadar regresará la versión genuina de los rojiblancos y antes de pasar página, sí merece detenerse por un instante en la figura del hombre sobre el que se han posado las miradas. Uno no encuentra ninguna otra razón para lamentarse de cuanto aconteció el domingo que el protagonismo que involuntariamente acaparó Unai Simón. No tanto porque recuperase la titularidad, que entraba dentro de lo previsible. Tras meses de rehabilitación se estrenó a mediados del mes pasado en una cita de guante blanco, al calor de San Mamés, y desde entonces ha estado centrado en trabajar en Lezama. El entrenador estimó que era conveniente mantener la apuesta por Agirrezabala en los cuatro partidos siguientes.
Un criterio perfectamente defendible, que hasta contó con el refrendo público del propio interesado. Simón admitió que aún no es el portero que fue en la campaña anterior, lo cual no deja ser una obviedad que responde a la pura lógica. Añadió que aún no estaba en condiciones de emular el nivel que viene mostrando su compañero de demarcación. Bueno, esta clase de mensajes cargados de sentido común, que rezuman sinceridad y facilitan la convivencia del grupo, no constituyen novedad alguna en su trayectoria. Pero Simón no se quedó ahí.
Además, afrontó su responsabilidad en el único remate de fundamento que tuvo que gestionar y que, mira por dónde, se tradujo en el gol del Alavés. Asumió la culpa, no se escudó en el relato objetivo de una acción que no tuvo reparos en describir. Cuando vio el balón fue tarde y no acertó a repelerlo a un lateral o blocarlo. Dos defensas y un rival formaron una especie de pantalla que le impidió reaccionar a tiempo, pero insistió en cargar con el muerto. “Lo despejo mal”, dijo.
Seguro que Simón, en su fuero interno, piensa que en realidad el desenlace del derbi obedece a que el trabajo del equipo fue insuficiente para opositar al triunfo. Pero hay porteros que, como él, nunca se esconden, se lo prohíbe un concepto de la responsabilidad asociado al puesto que ocupan y que no suele aflorar entre los jugadores de campo, al menos no con la frecuencia y la espontaneidad deseable.
Por poner un ejemplo, exento de animosidad, nadie le señala a Berenguer por no alcanzar en boca de gol un envío de Nico Williams en el arranque de la segunda mitad que, tocado de cualquier manera, hubiera hundido irremediablemente al Alavés y liquidado el encuentro. Tampoco desde aquí se le reclama al delantero un acto de contrición ante la prensa, pero sucede que a nadie se le ocurre cargar las tintas en ese error. En cambio, el portero sale en todas las fotos y se convierte en la diana de todas las valoraciones. Ya, el fútbol está montado de esta manera, pero no es justo. Y encima, va Simón y da la cara con esa naturalidad que le distingue y le prestigia como persona y como deportista. Para que algunos, encima, se propasen.