Empieza a resultar difícil cuantificar las veces que Barón Rojo ha acudido a Aste Nagusia. Compañero habitual de Marijaia, el grupo de los hermanos Castro esta vez no estaba incluido en el programa oficial, sino en la txosna de Gogorregi Konpartsa, lo que evidencia la declinante deriva artística de una banda que fue pionera e icono millonario del heavy estatal. Y como los años no pasan en balde, se notaron sus 45 años con el rock como “rollo” y que sus supervivientes no están, sobre todo en el aspecto vocal, para defender himnos como Con botas sucias, Los rockeros van al infierno o Resistiré.
Los Barón están ligados a escenarios principales de Aste Nagusia desde que grabaron un disco en directo para conmemorar sus primeros 25 años de carrera. El año pasado se dejaron caer por Abandoibarra, con el tímido refuerzo de la Banda Municipal de Bilbao, y ya entonces, al final del concierto, se despidieron asegurando que “tenemos que estar aquí de nuevo” en 2025, para festejar su 45 aniversario.
Y aunque el programa oficial les haya dado la espalda, cumplieron su deseo la noche del martes con su concierto en Gogorregi. Y el grupo que tomó su nombre del avezado aviador alemán que combatió en la 1ª Gran Guerra y fue el pionero y símbolo del heavy estatal en los 80 con ventas de millones de discos, acabó tocando en una txosna la noche del martes ante una parroquia mayoritariamente veterana –había algún adolescente con su aita– vestida con camisetas negras con el logo de la banda y en la que se veían tantas canas y calvas como melenas.
El tiempo, el más perecedero de nuestros recursos, no pasa en balde, así que los Barón actuales, liderados por los hermanos Castro, volvieron a aparecer con esa formación de circunstancias, sin Sherpa (bajo, voz principal y ahora, joder, ultraderechista confeso) y Hermes (batería), que se arrastra por los escenarios desde 2010, fecha de la última reunificación original del cuarteto. Acabaron tocando en un escenario reducido, con un sonido farragoso, sin volumen e infame para unas leyendas como ellos que, al menos, fue mejorando con los minutos.
Tras la (única) proyección de una escena peliculera del Barón Rojo cargándose enemigos desde su avión en una pantalla de video, Los Barón, de pelea continua entre sus miembros, como si fueran los Mocedades del rock duro, atacaron con Noches de rock and roll. La reconocimos porque pillamos palabras como “orgullo”, “puño” y “condición”. Ni al fondo ni al lateral del pequeño escenario se entendía nada, así que ya desde las primeras filas y como “la noche no podía esperar”, dieron rienda suelta al Satanás de Luis Eduardo Aute.
Vuelo sobre Bilbao
Tras su instrumental El barón vuela sobre Inglaterra, que adaptaron a Bilbao, cómo no, se mostró sin ambages el estado actual de la banda, con Carlos, el pelao con perilla, de 71 palos y con graves problemas de movilidad, y su hermano, el de melena canosa y cinta a lo Mark Knopfler, que los cumple este 2025, lejos de su mejor forma. No en el aspecto musical, donde todavía dan la talla, pero sí en el vocal, que los Castro fueron alternando desde Caso perdido.
Ajenos al desaguisado de sus voces, especialmente la de Carlos, extremadamente justa, sin poder llegar a los agudos y con la entonación justa, cantaron aquello de “cueste lo que cueste, digan lo que digan”. Declaración de principios y resistencia clara que llegó antes de que sonara Hermano del rock & Roll, oda a la fidelidad a un modo de vida que se repitió incesantemente en una velada que se centró en sus himnos aunque sin relegar canciones más oscuras, como Incomunicación.
El concierto solo levantó el vuelo en momentos puntuales, especialmente en el aspecto instrumental, con los hermanos Castro bien secundados por el implicado bajista J. Luis Morán y el contundente batería Rafa Díaz, y respondió a todos los tópicos del género: ante la impericia vocal sonaron incontables solos virgueros de Armando con su Steinberger pequeña, como si fuera una guitarra de tómbola pero muy efectiva, poses, coreografías, cuernos del público y… algo de humo, no mucho.
En Concierto para ellos, ampliaron el tributo creado para Bon Scott, Keith Moon, Janis Joplin y Hendrix, entre otros mitos, al recientemente fallecido Ozzy y a sus Black Sabbath al intercalar el mítico Paranoid de una banda ante la que ya se habían rendido en su álbum Perversiones. También hubo guiños a Beethoven, al Satisfaction de The Rolling Stones y al groove funk de Another One Bites the Dust de Queen, entre la interpretación de Con botas sucias y la balada Hijos de Caín.
Resistencia Dejaron para el final varios clásicos, del tema que toma su nombre a ese guiño a sus seguidores titulado Siempre estás ahí –“volvió el clamor, no habrá final, la magia no se romperá”– y el inevitable Resistiré, que evidenciaron que los Barón están lejos de dar su brazo a torcer y a bajarse de los escenarios aunque, sobre todo a Carlos, le cueste ya un mundo subirse a ellos. Los hermanos seguirán buscando esa “escalera al cielo” hasta “el fin”. Tras dos horas de entrega y más de 20 canciones, dejaron claro que no contemplan una retirada a tiempo como una victoria. Por cierto, la peña disfrutó, cantó y gozó como niños, ajenos al desaguisado y feliz de volver a rescatar las canciones de su vida.