YA no podía pasar de este verano. Asier Villalibre estaba abocado a dejar el club donde se formó desde hace bastante tiempo. Su salida se ha ido posponiendo porque ni el Athletic ni el propio jugador han querido admitir con todas las consecuencias una realidad reflejada en las estadísticas de participación del delantero que ahora militará en el Alavés.

Marcelino García y Ernesto Valverde nunca le consideraron una pieza válida, con opciones reales de asentarse en el equipo. Siempre prefirieron a otros para las funciones de ariete. De ahí sus esporádicas apariciones. Villalibre no ha conocido el beneficio de la continuidad. Jamás ha dispuesto de una oportunidad como tal, nunca pudo enlazar un número de partidos que le ayudasen a demostrar su valía. El criterio de los técnicos ha resultado clave en su discreta trayectoria como rojiblanco.

Ni siquiera pudo progresar de joven a causa de unas cesiones mal programadas y regresó a casa con más dudas que certezas en torno a su futuro. Aceptó jugar en el filial y estableció un notable registro goleador que se tradujo en un contrato largo. Parecía que podría revertir su situación, pero no fue así. Solo cuando moría la etapa de Gaizka Garitano encadenó una serie de encuentros de inicio. Sin embargo, el cambio de técnico interrumpió el proceso y desde entonces no había levantado el vuelo.

Le queda el consuelo de haber tenido un papel destacado en los últimos títulos de la Supercopa y la Copa. Pero aparte de ello, Villalibre ha visto cómo pasaba el tiempo, cómo consumía campañas y no contaba. Y en este recorrido ingrato, él prefirió creer que sería capaz de invertir la dinámica. Pese a que los hechos le contradecían siguió soñando con suceder a Aduriz e insistió en apurar el escaso margen que le concedía ser miembro de la plantilla.

Aceptó moverse al Alavés en enero de 2023. La experiencia le revalorizó. No dio un rendimiento sostenido, le costó asimilar el ritmo de la categoría acaso por la falta de hábito, pero su actitud halló una recompensa que ni podía sospechar. Gozaba del beneplácito del míster y de la grada, y finalmente correspondió erigiéndose en la estrella del ascenso con la ejecución de un penalti que jamás se olvidará.

Pensó Villalibre que sería el impulso que necesitaba para consolidarse en el club que ama, pero las buenas palabras de Valverde no se plasmaron en minutos de competición. En las primeras rondas coperas tuvo una aportación notable, al resolver tres con sendos dobletes. En las siguientes su presencia resultó testimonial y en la final, permaneció sentado en el banquillo. Acontecimientos que sin duda le convencieron de que no merecía la pena perseverar: en el Athletic no había sitio para él y tuvo claro a cuál de las diversas ofertas recibidas debía responder.

Por último, lamentar que sus habilidades musicales a menudo acaparasen mayor atención que sus vicisitudes futbolísticas. Puestos a mentar aspectos extradeportivos, resaltar la hondura del mensaje que lanzó desde el balcón del ayuntamiento de Bilbao. Con diferencia, lo mejor que se escuchó el día de la gabarra.