Hoy nadie se acuerda de la incertidumbre que planeaba sobre el Athletic justo antes del inicio de esta temporada. La decepción vivida en liga y en Copa en los meses previos al verano alimentaba dudas razonables y múltiples debates. No se vislumbraban síntomas para pensar en un avance significativo. Estaba, por ejemplo, la cuestión del gol, una letanía incesante desde el declive de Aduriz, para la que no parecía haber remedio. La calidad de la plantilla era otra causa de preocupación. Se rumiaba que no daba más de sí, mientras el bloque habitual se estaba haciendo viejo. Mucho treintañero en el once; detrás, demasiada gente sin peso.

Se temía una reedición de lo sucedido en el último lustro: amagos de mejoría que derivaban en desinflamiento según el calendario avanzaba. Irregularidad, poca fiabilidad y mucho mensaje cargado de buenas intenciones, eran los platos del menú servido por el club. Fue así con Gaizka Garitano, si se exceptúa su primer curso, y no se apreció evolución con Marcelino García Toral. La llegada de una figura que, por su pasado, abría una expectativa, tampoco trajo el cambio. En el estreno de su tercera etapa, a Ernesto Valverde casi nada le fue como él y la afición esperaban.

Con la autoestima de la plantilla tocada por la sucesión de proyectos estériles, apenas sostenidos por la ilusión de una Supercopa ganada contra todo pronóstico y un par de finales de Copa frustrantes, pero finales al fin y al cabo, el escepticismo de la calle estaba legitimado.

Hoy ese sentimiento de resignación parece algo muy lejano, tanto que ni se alude al mismo. Como si no hubiese existido. No se mira hacia atrás, aunque se trate de una coyuntura cercana, vigente hace unos meses. El Athletic ha despejado sospechas y prejuicios, ha sido capaz de transformar la resignación en optimismo, la tristura en euforia, la mediocridad en excelencia.

El presente es de color de rosa y el futuro, qué decir: el equipo destroza registros y colecciona elogios. Cómo será el asunto que, hasta los especialistas radicados en Madrid, encorsetados en el tópico y la nula consideración hacia el Athletic, se rinden a la evidencia. Les ha costado, pero qué remedio si el fútbol de los rojiblancos rezuma pasión y efectividad como casi ningún otro.

Los rivales reconocen abiertamente que da gusto ver al Athletic. Elogios sinceros, pues provienen del bando perdedor. Nada que ver con las palmaditas condescendientes cuando el signo de los marcadores era distinto. Entonces, se ponderaba el esfuerzo, la honradez de una tropa incapaz de rentabilizar su actitud, lastrada por unos pobres niveles de eficacia. También en casa, en la sala de prensa de Lezama, era práctica habitual refugiarse en el infortunio, aludir al caudal de juego ofensivo malgastado en cantidad de partidos. Un lamento permanente.

Hoy se aprecia con enorme nitidez el abismo que separa las propuestas del pasado reciente de la actual. Aquello y esto representan dinámicas sin punto de comparación. El secreto radica en el nivel competitivo, con todo lo que encierra ese término tan sobado.

Retomando lo apuntado más arriba como problemas estructurales, vemos que la imprecisión en ataque se ha desvanecido: carece de sentido añorar la figura del especialista porque el número de goleadores y los registros individuales se han disparado.

No es indispensable pisar cien veces al área para marcar. De hecho, el Athletic lleva ganados varios partidos siendo más bien escueto en el apartado rematador. Llega tres o cuatro veces con posibilidades y le sobra para sentenciar. Participan de la fiesta del gol titulares y suplentes. Ausente Iñaki Williams, la pieza más incisiva hasta navidades, el conjunto se las arregla para seguir goleando.

Asimismo, se va descubriendo que en la plantilla hay más cera de la que ardía. La visión estaba condicionada por la gestión del grupo. En cuanto el entrenador se ha visto forzado a recurrir a gente no habitual, han aflorado alternativas de fuste. Faltaba valentía para, poco a poco, pero sin pausa, abordar la renovación.

Tipos como Sancet y Nico Williams ya habían sugerido que su explosión era mera cuestión de tiempo. Lo han tenido más fácil porque han contado con minutos. Pero el caso de Prados sí sería paradigmático y es probable que ocurra algo similar con Unai, por citar otro. Que Guruzeta haya respondido, no explica el ostracismo de Villalibre. Los servicios de urgencia prestados por Lekue o Paredes, corroboran que materia prima hay. Basta con airear el armario.