No harán falta este curso urnas en el horizonte para que el escenario llegue cargado de tinta periodística y de la matraca política que tiene hastiado al ciudadano. No acierto sin embargo a comprender esa cerrazón de los responsables institucionales de turno de huir de las explicaciones por muy intencionadas que sean las solicitudes de comparecencias. Ha ocurrido en el Congreso, donde Sánchez y sus ministros escaparon de lo que entienden como una emboscada de la derecha con el beneplácito de quienes “no veían necesidad” en que el líder socialista se pronunciara sobre el nuevo truco de magia de Puigdemont y acerca de su posición con Venezuela; y también en el Parlamento Vasco, con Bildu pidiendo la presencia del consejero de Salud. Aunque pudiera ser descrito de antemano y acabar en la papelera de la historia todo lo que unos y otros propagarían desde su tribuna, asumir como prescindible que cualquier dirigente dé cuenta de asuntos que forman parte del escaparate de la actualidad o afectan al ciudadano solo alimenta el descrédito. Más aún cuando todo discurre en función de intereses temporales y no tanto ideológicos. La oposición, de cualquier color, tiene obligación de exigir a los gobiernos que se pronuncien sin que ello se tome como una declaración bélica; y los líderes correspondientes, la ocasión de poner las cosas en su sitio. Aunque en el fondo todo sea juegos florales.
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