Asisto atónito al prolijo listado de megafestivales de música que salpican estas semanas de verano mil y una ciudades y pueblos de la península. Con los años transcurridos parece que no hay ayuntamiento que no organice una cita musical que atraiga a cuantos más miles de adeptos, mejor. Y cuantos más grupos y solistas acudan, más pedigrí. Y si se instalan cinco en vez de cuatro escenarios, más tirón. Y si se puede estirar un día más la cita, más repercusión.

El objetivo es evidente. Atraer al mayor número de público posible para que su estancia en el entorno genere mayor retorno económico. Y si en esta corriente monetaria se suman dos o tres patrocinadores de relumbrón, mejor que mejor. Es el panorama actual, pero ya muchos se preguntan ¿dónde queda el disfrute de un buen concierto? Esas corrientes cercanas con la cuadrilla que calan para abonar una experiencia perenne, la cual se recuerde siempre en el futuro no creo que se generen mucho en estos macrofestivales.

El Bilbao BBK Live es un buen exponente de este tipo de citas multitudinarias pero quizás, por su volumen, mucha gente que le gustaría escuchar a un solo grupo del abundante listado ofrecido no acude por no caer absorbido en esa marabunta que invade Kobetamendi. En el sentido contrario, están los conciertos de estos días pasados del Bilbao Blues Festival. Más en la onda de disfrute y cercanía, sin grandilocuencias y masificación. Solo disfrutar de gran música.