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Amores de verano

Sandy, a quien encarnó la añorada Olivia Newton-John, y Danny andan por Bilbao evocando sus peripecias en otra versión teatral de Grease, película de la que podría recitarles el guion y estribillos cual Travolta. Me viene el flash de esa playa, similar al arenal desde donde les escribo, donde cuajó ese flirteo juvenil que marcó toda una generación. Amores de verano que acaban siendo leyendas que nuestra memoria elabora a base de recuerdos y proyecciones. Curiosamente, la primera vez que vi ese filme fue una madrugada de fin de año donde precisamente no pegaba el sol. Viene la historia a cuento de cómo han cambiado las maneras de contarnos esos brotes que salen del corazón y que se agolpan en el estío. Hoy mismo inundan las plataformas series como Un cuento perfecto –con la genial Anna Castillo–, ideal para amantes del romanticismo clásico, basada en la novela homónima de Elísabet Benavent; o Heartstopper, maravillosa adaptación de los cómics de la joven Alice Oseman y que desbroza la relación adolescente entre Nick y Charlie y su entorno escolar LGTBIQ+, un fenómeno social en Europa, una propuesta colorista que aborda la salud mental desde la inteligencia emocional de sus protagonistas. Altamente recomendable en sus casas. Entre este Truham Grammar School y aquel instituto Rydell han transcurrido ya 45 años. El amor es el mismo, solo que ahora, por suerte, se vive de muchas formas. E incluso puede llegar en enero.

isantamaria@deia.eus