ANTE el resultado negativo del test de drogas al que se ha sometido la primera ministra de Finlandia Sanna Marin, surgen dudas sobre si lo que haga una primera ministra de un país en su tiempo libre ha de ser sometido al escrutinio público. Marin aparece en un vídeo bastante desatada y poseída por un espíritu festivo que hoy, con lo que hay en Bilbao, no nos queda más que comprender y hasta empatizar. Tiene 36 años, es una mujer joven y no estaba de vacaciones. Los tiempos cambian y es posible que los treintañeros de este siglo no estén para dirigir ningún gobierno, no sea que una tragedia o, si te descuidas, una invasión pille a un gabinete de crisis con la jefa de resacón para ponerse a tomar decisiones. Vale, la primera ministra estaba borracha, lo cual nos invita a pensar en cuántos políticos que la atacan no irán pasados de lo que se tercie en los pasillos del parlamento. Pero la cuestión es que si a Johnson le cayó la del pulpo por sus partys en plena pandemia, por qué Finlandia, ya en la OTAN y con Putin enfrente, ha de ser diferente. ¿Marin ha hecho todo lo que puede hacer una mujer de su edad en su tiempo libre? ¿Una primera ministra debe serlo y además parecerlo? ¿Somos todos demasiado puritanos o Finlandia tiene al mando a alguien algo locuelo que se deja grabar en ese estado? ¿Sería preferible que no lo hubiese visto todo el mundo? Pasárselo bien no es un delito y Finlandia está muy lejos. ¿Y si el colocón lo hubiera protagonizado un hombre entrado en años? ¡Hip!

susana.martin@deia.eus