N esta coyuntura de quiero huir, pero no sé en qué dirección, no vaya a darme de bruces con el meteorito, buscar un destino vacacional es complicado. Casi tanto como comprar yogures al gusto de la familia en un supermercado extraño. "Yo, los bifi de mango cremosos, 0% grasa, pero sin cachitos". Media hora escrutando el lineal de lácteos como si fuera una biblioteca. Al menos los podrían ordenar alfabéticamente. Tres cuartos de lo mismo pasa cuando buscas alojamiento. "Con wifi y tele grande". Eso solo para empezar a hablar. Luego ya "que esté cerca, que haga sol, que tenga monte y playa, que sea barato, con parking, una pizzería cerca y con vistas". Y tú, dale que que te pego al buscador comparando precios, previsiones meteorológicas, cuatro quesos y barbacoa y comentarios que lo mismo endiosan a la dueña de una casa rural por haberles recibido con una mermelada de arándanos casera que tiran por tierra a toda una cadena hotelera porque no funciona un secador. Total, que para cuando te decides, se te ha pasado la Semana Santa, el buen tiempo y te comes una borrasca en la de Pascua que te dan ganas de darle a la reproducción rápida para que llegue el domingo ya. Mínima, -1 grado. Sensación térmica, -4. Pero ¿qué necesidad hay de informar de la sensación? Que ya me chuparé yo la tiritona. El caso es que ahora que andan todos con la cara en cueros nosotros llevamos encima de la mascarilla el pasamontañas.

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