STÁ visto que hay quienes llegan a la edad de pimplar katxis con cero tolerancia a la frustración. Oigan, que les dicen que no hay fiestas y de la misma se les hincha la vena vandálica. Con lo bien que lo han asumido los críos, que no les ha dado por quemar papeleras ni romper escaparates de tiendas de chuches ni nada. A otros les va más la resistencia pasiva y no lanzan objetos a la Policía, pero se pasan las normas anticovid por donde se pasan los derechos humanos los talibanes. Dicen que les estorban las mascarillas cuando yo he visto a algunos celebrar despedidas de soltero vestidos con disfraces de luchador de sumo hinchables. Por no hablar de las diademas con un miembro viril a modo de antena que, como se imaginarán, según decae... la noche, no resultan muy funcionales. Lo de no respetar la distancia de seguridad es endémico. ¿Quién no ha sentido a estas alturas un aliento en el cogote haciendo la cola del pan? ¿A quién no se le ha arrimado conduciendo un coche por detrás como si fuera un perrillo oliendo traseros? En fin, que si esto de la pandemia se alarga, que va a ser que sí, igual nos sale a cuenta instalar un Vandalipark para que se desfoguen los chiquillos inmaduros con su área de botellón, su tobogán desembocando en una piscina de vasos de plástico, su atracción de tiro con piedra y su taller de combustión de contenedores. Así los mantendríamos en su grupo burbuja y dejarían divertirse en paz, cumpliendo las normas, al resto de jóvenes.

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