HORA que ya se sabe que por muchas lavadoras que uno ponga a las 2.00 de la mañana el precio de la electricidad centrifuga al personal a plena luz del día y que la gasolina, como siempre, quema los bolsillos al calor del verano, se puede decir que estamos atrapados en medio de dos mareas. Por un lado está la quinta ola -la ola joven que dicen algunos, aunque deberían decir la ola fiestera- del coronavirus y por otro la enésima ola energética, para la que, como también es sabido, no se ha encontrado todavía vacuna. Al contrario, parece que ni se está buscando. Sobre todo en lo referido al recibo eléctrico, que es donde hay más margen de actuación. De ocurrencia en ocurrencia, se parchea el mecanismo de precios, pero la luz siempre encuentra el camino. ¿Qué ocurrirá cuando se dejen de fabricar coches de combustión y la electricidad tenga una nueva línea de negocio para reforzar la ley de la oferta y la demanda? Queda mucho tiempo, la duda es si las autoridades competentes le hincarán el diente al problema, que tiene su base precisamente en la subasta mayorista y no en la franja horaria en la que se lava la ropa. Si el precio general se sigue fijando en función de la oferta de compra más cara como hasta ahora, además de mantener una fuerte presión sobre las familias y las empresas, se comprometerá la propia transición energética. Esa revolución que supondrá el fin de la dictadura del petróleo, pero que no debería abrir la era absolutista de la electricidad.