UE su primer tuit tras recoger la cartera de Cultura (sin estudios universitarios porque decidió centrarse en el carné del partido, y bien que le fue) y Deportes (debe ser por la velocidad en cambiar de ministerio): Enhorabuena, Ana! Así arrancó Miquel Iceta su involuntario retroceso desde Política Territorial al territorio perdido en la política española: confundiendo el nombre de la tenista de Idiazabal, Ane Mintegi, campeona junior en Wimbledon, y obviando el detalle de que, en lengua castellana, los signos de admiración son dobles. Él, que nos ilustra en sus redes sociales con haikus -poesía japonesa de tres versos-, ahora que tiene tiempo quizás debería inscribirse en septiembre en los cursillos de la Oficina del Español de Toni Cantó. Es lo que tiene ser un político orquesta, que lo mismo sirve para un roto que para un descosido, y estos abundan, de todos los colores, desde tiempos inmemoriales. Igual da un filósofo en Sanidad que un electricista en Interior dando patadas a una puerta. La excelencia se exige a los jóvenes aventureros que acumulan licenciaturas, másteres e idiomas embalados a la fuerza en una maleta repleta de sueños y porvenir incierto. Tanto como el modelo federal de los socialistas, que para abordar la cuestión territorial designan a alguien de Ciudad Real. La Declaración de Granada (2013) tiene las páginas más amarillentas que la Constitución de 1812; y en Ferraz no se grita ¡Viva la Pepa! sino ¡Arriba el Pedro! Pero ni así las tienen todas consigo.

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