N año y cuatro meses de pandemia, una travesía por el desierto y todo un reto adaptativo. Nos ahorraremos los muertos, las secuelas persistentes, las familias rotas y la ruina. Los jóvenes han venido a devolvernos la fe en las revoluciones, qué hubiera sido de las primaveras árabes sin ellos, sin su arrojo ni tuits. En Euskadi, sin embargo, la revuelta que prima es a la mallorquina, ni la revolución francesa, ni la americana. Qué es eso de la lucha por los derechos civiles en Sudáfrica teniendo a centenares de jóvenes celebrando San Juan o el fin de curso dando la vuelta ellos solitos a la estrategia de vacunación de todo un señor sistema sanitario para ponerse por delante vía prisa al gobierno y miedo al personal. Y cómo tragamos que su idealismo por el disfrute y su derecho a contagiarse es algo es irrenunciable. Los aguerridos veinteañeros, llenos de vida, intocables, con sus aprobados y su sed y además vacunados por peligrosos ya serán más imparables que nunca. Ellos solitos hacen retroceder los datos y, con las cifras, colarse con la venia de la administración en la vacunación cuando no les toca con la exigencia que otorga un ron Cacique y estar más fatigado que los demás, por joven. Pero no los criminalicemos porque no representan a todos aunque esta parte empuje como toda revolución guiando al pueblo. Métanlos en la cama, por favor, con sus 18 años para arriba y duérmete niño. Que mañana viene el Labi.

susana.martin@deia.eus