OMO necesitaba conectar la batería al portátil para rellenar estas líneas, he esperado a la hora valle para no sumar a mi esfuerzo laboral el robo de cartera de mi compañía eléctrica con la disparatada subida de tarifas que arrancó este 1 de junio, Nuestra Señora de la Luz en el santoral, y no es broma. Mientras nuestros dirigentes trazan sendos proyectos para rebajar las facturas un 15%, eso sí, en un año, sin efecto retroactivo y cuando muchas familias anden ya con velas o frotando palos para calentarse ante el corte de suministro; he aprovechado para apelotonar en la lavadora -nueva e insonorizada, que no moleste al vecino- la ropa de varios días, que el domingo, que debe ser más barato, lo hizo el Señor para descansar y no para sacar a pasear el tendedero. Mientras le echo un sorbo al café para no caer rendido ante la pantalla entrada la madrugada, enchufo el lavaplatos donde reposan solidificados los restos de la vajilla que tampoco puedo ya lavar como en mí era costumbre. Ya puestos, y mientras en la tele se eterniza el partido de la NBA, procedo a planchar como nunca porque me he venido arriba; y mira, descongelo la lubina y la pongo al horno, que el tío de los kilovatios seguro que anda, ese sí, dormido. Con tanto trajín me ha dado un calambrazo, menos mal que en horario asequible. Y al fin con todo hecho para descansar, suena la alarma que me dice que es hora de espabilar para irme a currar. Miro el móvil... ¡Horror! ¡Se me olvidó cargarlo y es hora punta!

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