E imaginan haber inaugurado el nuevo San Mamés sin porterías, vestuarios sin duchas, huérfano de balones, sin equipo rival ni jueces de línea? ¿Solo con palcos VIP? Semejante trampantojo ha pergeñado, cómo no, Isabel Díaz Ayuso en un mamotreto de edificio que han levantado, como chinos, en tres meses. Propio de los negocios que llevaban la firma del difunto Paco El Pocero, a la postre víctima del coronavirus. Le ha llamado "hospital de pandemias" Isabel Zendal, aunque el PP quiere ponerle ya el nombre de la presidenta madrileña cuando aún retumba entre las paredes de sus inexistentes habitaciones -solo hay un solar de camas- el zasca de Pablo Casado durante su visita: "¿Aquí hay quirófanos?". La mascarilla salvó el rictus de la lideresa hasta que entre su corte de pelotas alguien precisó: "Hay salas de procedimiento. Para hacer traqueotomías". ¿Puertas? Tampoco. Así, "si ves que a la mínima ocurre algo, pues vas", justificó el azote de Moncloa. ¿Sanitarios? De los 669 voluntarios solicitados, se han prestado 111, y el resto de plazas se cubrirán desmantelando otros centros de por sí desasistidos. ¿El coste? El doble de los 50 millones de euros presupuestados mientras escasean rastreadores y tardan semanas en atender en atención primaria. "Una hazaña" de obra, se jactó Ayuso en su photocall publicitario oteando la mayoría absoluta que le entregan las encuestas. La buena noticia es que los madrileños tienen un hospital. La mala, todo lo demás.

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