ILAGROS, en Lourdes" reza el dicho cuando solo la intervención divina o algo sobrenatural puede hacer realidad nuestros sueños. Milagro sería que, aún habiéndonos despojado de Trump, la presidencia del septuagenario Biden deparara un imperialismo yanqui bien entendido, porque una cosa es hacer campaña en ditirambo y otra gobernar en prosa. Milagro parece, o más bien un fenómeno paranormal, la cadencia a la baja del coronavirus en Madrid, de no ser porque la discípula de Donald hace trampas al solitario en los métodos de detección. No menos asombroso pinta que se asegure que viajar en metro es más seguro que ir al gimnasio y que, a su vez, te recomienden hacerlo en el vagón del silencio por temor al aerosol de quien te pega la sobaquera en hora punta. Más que milagroso, inaudito, sería que el Athletic rompiera la maldición de quien no le mete un gol ni al arco iris, aunque para ello habría que comprar boletos e incluso ponerse a tomar decisiones. Tan insólito como que el periodismo que se practica enterrase las trincheras y se dedicara a pedir cuentas al poder independientemente de su color. O que en su cita ambulatoria pudiera comprobar en persona el paso del tiempo en la faz del médico de cabecera. Entre tanta propaganda y superchería, hay quien se traga gato por liebre si bien, como con la vacuna de marras, mejor esperar a verlo para creerlo. Aunque prime la necesidad de agarrarse a un clavo ardiendo.

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