DESPUÉS de la prohibición sobrevenida de arremolinarnos en las casas o en el parque, a los vascos solo nos queda el bar. No es nuevo porque aquí, como en otros muchos sitios, siempre hemos sido de tomar el bar como por asalto, como ese sitio donde aunque te agobien, nadie se agobia. Tenemos esa tendencia a socializar delante del vermú o las rabas como si nos fuera la vida en ello sin saber que ahora es precisamente, con tanto bar de bote en bote el primer día de esta extraña fase 1, cuando la vida nos la jugamos en el bar y el bar se juega la vida con nosotros. Apelar a la responsabilidad es fácil pero no todo el mundo es responsable y existirán las previsiones convenientes sobre cuántos se contagiarán frente al ansiado vermú en libertad. Al final todo es una cuestión de números, cuántos quitas de un lado y pones de otro, dónde hay que parar o invertir, cuántos contagiados se prevén en el nuevo escenario de estampida hacia ese local sin el cual ni podemos vivir ni él sin nosotros. Que existan terrazas que en los primeros metros de la desescalada hayan tenido que cerrar antes de tiempo porque nos apelotonamos con tres txakolis de más es indicativo de hacia dónde vamos. Lo más razonable será no pensar tanto en nuestra sed sino en el hambre de la hostelería. Hay muchas formas de morir, pero esta no es sostenible, ni siquiera por puro éxito.

susana.martin@deia.com