A globalización lleva más de una década dando cera a las economías de medio mundo -la situación del resto es tan precaria que es difícil que empeoren- y dando lecciones de cómo funciona el nuevo orden productivo. Primero nos tragamos una crisis financiera generada por la voracidad inmoral de parte -¿solo?- de Wall Street, agravada por los desmanes de algunas entidades financieras españolas que se habían convertido en auténticas bandas de ladrones de bancos. Ahora nos zurran con un virus chino que parece una venganza del planeta ante el desgaste de los recursos naturales y que, otra vez, ha pillado con la guardia baja al Gobierno del Estado -¿estaríamos hoy mejor el resto si se hubiera aislado Madrid hace un par de meses?-, que da más golpes al aire que en el rival. Ahora que la mayoría de los ciudadanos se ha convertido supuestamente en héroes sentados en el sofá de su casa, vienen curvas en la economía y habrá que agarrarse fuerte los próximos meses para no quedarse en el camino. El problema requiere una estrategia bien diseñada y cuestiones como el cierre de los colegios encaja con ese propósito. Hay en cambio otras decisiones que sigo sin ver, entre ellas, que no se permita que los niños, evitando el contacto con otras personas, salgan a la calle al menos media hora al día acompañados de sus padres. En la calle con las mismas obligaciones, por ejemplo, que los dueños de perros, que en esta película tienen más derechos.