LLEGA hoy Felipe VI a las consabidas consultas con los partidos con una pereza tremenda. Va a tener que verse con casi una veintena de representantes en dos días y sin atisbo de acuerdo de investidura que se mantiene en prórroga hasta después de la fiesta de Reyes. Casualidad, a la monarquía parlamentaria igual le cae un presidente que lo mismo viene montado en camello, jorobado con tanto pacto incómodo que se estira y se estira entre presiones mientras el resto mira qué dirección lleva esta estrella que va a ser como el parto de una virgen. Lejos queda el acuerdo con Unidas Podemos que empieza a derretirse como la nieve y del que muchos ciudadanos ya ni se acuerdan mientras se reedita el desfile eterno de diputados entre tapices reales. El rey está en un loop continuo, lleva ocho rondas de consultas desde su coronación, a dos de las que protagonizó su padre en casi cuatro décadas. De esta acaba borracho, con tendinitis de muñeca, la cadera rota y nacionalizado botsuanés. Como un tahúr sondea la investidura y pese a no votar ya tiene un vínculo evidente con los electores: todos están mirando porque por primera vez la monarquía ha dejado de hacer el ridículo para dejársela a los partidos. Solo queda ya que estos súbditos acaben empatizando con su rey por lo cotidiano de la urna y la ronda semestral. Zarzuela parece la Gran Vía en Navidad; la investidura, una exhibición de escaparates de insolvencia.

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